Análisis

Pongámonos en hora

Para la reforma horaria es preciso sincronizar todas las piezas del puzle en un 'momento cero' para que nadie se sienta amenazado

FABIAN MOHEDANO

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A nadie se le escapa que los horarios y el uso del tiempo es una fuente de desigualdad no solo de género, como se ha ido apuntando a lo largo de las últimas dos décadas de investigación, sino también de desigualdad social. En este contexto de crisis en el que vivimos inmersos, también es cierto lo que argumenta Toni Aira cuando dice que la precariedad laboral no será de gran ayuda para consolidar lo que se reclama con la reforma horaria. Por eso hay que poner sentido de Estado en una propuesta que de por sí ya nace del sentido común. A falta de capacidad legislativa en el ámbito del trabajo, tenemos que confiar en los agentes sociales a partir del futuro Acuerdo Interprofesional de Catalunya (AIC), que justo ahora están empezando a debatir y que debe servir para orientar y modernizar la negociación colectiva en nuestro país en los próximos cuatro años.

En los criterios y elementos para la ordenación flexible del tiempo de trabajo en la empresa hay que introducir la preocupación por la recuperación de las dos horas de desfase que llevamos en relación con el ritmo de vida cotidiano del resto del planeta. Que quede muy claro que no se puede ni se quiere de ninguna manera obligar a nadie a salir bien desayunado de casa, a comer a las 13 y a distanciar la hora de ir a dormir cenando a las 20. Pero sí podemos conseguir que, para quien quiera hacerlo, sea factible y viable. En este sentido, las empresas son fundamentales para impulsarlo, y de ahí la relevancia del AIC.

El beneficio de la reforma horaria sobre la salud puede ser tan grande o más de lo que lo fue la ley del tabaco. Una ley, por cierto, que tampoco prohibía fumar en el comedor de casa, y ahora muchísimas personas lo hacen en el balcón, principalmente por respeto a los demás habitantes del hogar e incluso para uno mismo. Una ley que parecía imposible concretar, acordar y cumplir y que ha ayudado decididamente en poco tiempo a cambiar hábitos de las personas. La ley de horarios, reflejándose en el espíritu transformador de la ley del tabaco, debe nacer del consenso que surja a partir del pacto de los horarios, como apuntaba el conseller Homs en la presentación del Anuario de la Reforma Horaria, y debe servir para sincronizar las diferentes piezas del puzle: trabajo, enseñanza, comercio y consumo, cultura y ocio, Administración, activismo social y comunitario, transporte... Es preciso un momento cero para que nadie se sienta amenazado.

Mantener dos ritmos

Quede claro que tampoco debemos renunciar a ser un país de acogida y de paso. Podemos mantener dos ritmos: el frenético abierto al mundo y uno ciudadano mucho más saludable. La confianza es plena en que pronto -¿por qué no en el 2016?- podremos mirar por el retrovisor unos horarios insólitos, poco humanos, incluso incívicos, producto de un tiempo y de un país. Si la autarquía del franquismo nos llevó a retrasar dos horas nuestro ritmo de vida, la globalización galopante en la que estamos inmersos ya hace unos años nos debe ayudar definitivamente a ponernos en hora.