La situación política en un país clave de la UE

Polonia aún más a la derecha

El pluralismo se ha reducido porque la confrontación principal se da entre reaccionarios y moderados

Manifestación contra el Gobierno de Ley y Justicia en la localidad polaca de Bydgoszcz.

Manifestación contra el Gobierno de Ley y Justicia en la localidad polaca de Bydgoszcz. / periodico

CESÁREO RODRÍGUEZ-AGUILERA

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Tras ocho años de gobiernos del centro-derecha civilizado (la Plataforma Cívica, PO), en el 2015 la mayoría de los votantes polacos dieron una doble victoria a la derecha populista de Ley y Justicia (PiS): la primera en las elecciones presidenciales de mayo y después en las legislativas de octubre. Estas últimas elecciones han sido muy relevantes porque por primera vez han dado la mayoría absoluta de escaños al PiS, aunque con una participación de apenas el 50% del censo electoral: por ello, la mayoría social de este partido debe matizarse ya que solo representa al 19% del total potencial de los electores polacos. 

Estas elecciones han dejado un parlamento casi totalmente escorado a la derecha  pues el segundo partido es el PO seguido de  tres  menores más o menos centristas, siendo sorprendente la completa desaparición del centro-izquierda socialdemócrata. Por tanto, lo más llamativo es que hoy en Polonia la principal confrontación política se da entre dos derechas, una reaccionaria (PiS) y otra moderada (PO), con lo que el pluralismo se ha visto reducido.

FUERTE NACIONALISMO

El PiS que ya gobernó en coalición entre el 2005 y el 2007 (destacándose por sus posiciones abiertamente reaccionarias), es un partido dirigido por Jaroslaw Kaczyski (que controla a la primera ministra Beata Szydlo) que se caracteriza por su fuerte nacionalismo, su integrismo católico clerical, un creciente euroescepticismo (aunque no preconice la salida de Polonia de la Unión Europea) y una defensa del proteccionismo económico. Lo más preocupante es la concepción puramente instrumental que tiene el PiS  de la democracia, toda vez que es un partido revanchista y divisivo. 

Según su criterio, las elecciones dan carta blanca al vencedor que, despreciando el consenso, los derechos de las minorías, los controles y las garantías, se cree legitimado para imponer por completo su ideario. Se trata, en definitiva, de aplicar el modelo del húngaro Víktor Orbán de una «democracia iliberal», una auténtica contradicción en términos.

En otras palabras, el sistema democrático queda reducido a un mero procedimiento electoral –en el que la oposición tiene cada vez mayores dificultades para hacer oír su voz y poder ser alternativa– sin todos los demás requisitos de una genuina poliarquía con real división de los poderes.

JUEGOS DE SUMA CERO

Este modelo desvirtúa el sentido pluralista profundo de la competencia partidista y convierte los procesos electorales en juegos de suma cero (quien gana lo gana todo y quien pierde lo pierde todo), de ahí el nulo respeto por los derechos de las minorías, la ausencia de los controles independientes y el recorte de las libertades. 

El PiS no ha ocultado su admiración por Orbán y ya ha iniciado el camino para controlar los medios de comunicación y los tribunales. De un lado, el gobierno del PiS está acosando a los medios  independientes por no defender el interés nacional (identificado con el de su partido), y de otro, ha despedido a los periodistas incómodos de los medios públicos.

La otra gran institución de control que se pretende limitar es el Tribunal Constitucional: el PiS ha cambiado el quórum para declarar la inconstitucionalidad de las leyes al elevar la mayoría de 9 a 13 de un total de 15 magistrados.

LOS ENEMIGOS

Polonia está ahora en manos de un partido bien estructurado e implantado en el país y muy hábil a la hora de jugar la carta patriótica con tintes incluso conspirativos. Desde esta perspectiva, el país estaría rodeado de enemigos diversos, entre los que sobresaldría nada menos que el antiguo comunismo (es una de las recurrentes obsesiones del PiS), supuestamente infiltrado en las élites empresariales, administrativas y culturales, lo que exigiría una nueva lustración (no deja de ser llamativa esta tesis cuando hoy ya no queda nada políticamente hablando de los herederos del antiguo régimen comunista).

Ante este grave retroceso democrático, la posición de la UE parece haber adoptado una actitud crítica y  ha iniciado la primera fase del complejo artículo 7 de su Tratado que –en teoría y tras un farragoso procedimiento (que nunca se ha activado)– podría concluir con la suspensión del derecho de voto de Polonia en el Consejo. A parte, la UE tiene otro potente instrumento de presión: recortar e incluso retener los fondos estructurales que el país necesita.

En conclusión, es muy preocupante  que Polonia –ejemplo pionero en su lograda transición– esté hoy dirigida por un gobierno políticamente antiliberal y, por ello, sería fundamental que la sociedad polaca se movilizara democráticamente, dejara de ser crónicamente abstencionista y recuperara su indómito e histórico espíritu antiautoritario.