Vidas virtuales

El éxito de Pokémon Go explota la última patología social: nuestra adicción al 'smartphone' como vía para evadirnos de la realidad humana que nos rodea

ENRIC HERNÀNDEZ

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Por culpa de los 'smartphones', la ciudad se ha convertido en ese escenario ficticio por el que deambulamos sumergidos en esa pequeña pantalla donde vivimos nuestra vida real. Todo cuanto acontece en nuestro móvil nos importa más que la realidad humana nos rodea, sea bella o atroz, seductora o repulsiva. Adiós a las miradas furtivas, al flechazo en plena calle, al "¡Cuánto tiempo sin vernos!", al "Te llamo sin falta"...

Estas generaciones de 'zombies' adictos a la conectividad son (somos) un mercado demasiado apetecible como para que no apareciera algún avispado dispuesto a ofrecerles lo que demandan: un juego, más frío e impersonal que las redes sociales, que combine la realidad circundante con el entretenimiento evasivo. Los druidas de Nintendo, sin grandes alardes tecnológicos por otra parte, se han llevado la palma con el Pokémon Gouna verdadera mina de oro al poco de salir al mercado.

Aunque los videojuegos siguen siendo un gran negocio, es en el mercado de los teléfonos inteligentes donde se amasan ingentes fortunas. El popular Candy Crush, con 160 millones de jugadores en todo el mundo y valorado en 5.400 millones de euros, mostró a sus competidores el camino a seguir; ahora el Pokémon Go amenaza con ensombrecer sus estratosféricas cifras.

Ya ha sido avistados jugadores cazando hologramas en el Museo del Holocausto de Washington, en el campo de concentración nazi de Auschwitz y en diferentes centros de culto. En EEUU se han registrado los primeros accidentes fruto de esta novísima ludopatía, y en Europa la fiebre no ha hecho más que comenzar. No a mucho tardar veremos a turistas y nativos cazando 'picachus' junto al Guernica de Picasso o bajo la enigmática sonrisa de la Mona Lisa. Y a transeúntes chocando con farolas o aplastados en el asfalto por el camión de la basura.

Lo mejor y lo peor

La experiencia de Albert Einstein y su teoría de la relatividad nos revela que la ciencia y la tecnología pueden servir para lo mejor y para lo peor. Para salvar vidas, pero también para destruirlas. Para conectarnos con el mundo o para transformarlo en un universo de vidas virtuales que se ignoran entre sí.