Pequeño observatorio

La poderosa identidad de Leonard Cohen

Me atrevo a pensar que era un poeta que necesitaba las canciones para confesarse

Leonard Cohen.

Leonard Cohen. / periodico

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Tengo la impresión de ya no se puede decir nada que no se haya contado a raíz de <strong>la muerte de</strong> <b>Leonard Cohen.</b> Era un poeta, pero no era un poeta fácilmente clasificable. Y era un cantante, pero también un cantante difícilmente definible. ¿Y quién se atreve a etiquetarlo como persona? ¿Cuál era su  Las letras de sus canciones no eran textos previsibles en un poeta y su voz no tenía esa seducción musical que suele encontrarse en la lírica y en el drama. «Hasta la vista, Marianne. Ya es hora de que empecemos a reír y llorar, a llorar y reírnos de todo». «Ya sabes que me gusta mucho vivir contigo pero tú haces que me olvide de todo. Me olvido de rezar a los ángeles y entonces los ángeles se olvidan de rezar por nosotros. Hasta la vista, Marianne, ya es hora de que empecemos a reír y llorar otra vez, a llorar y reír por todo».

Es un poeta muy extraño el que es capaz de decir: «Ahora necesito tu amor oculto. Te fuiste cuando te dije que yo era una persona curiosa. ¿En algún momento te dije que era un valiente?».

TEXTOS QUE CONMUEVEN

Mi amiga Anna Martí me ha enviado -gracias- una quincena de textos suyos y leyéndolos me he sentido sacudido. Los poetas tienen una voz sonora, y Cohen canta con una voz oscurecida, como si lo que quería decir fuera demasiado importante para hacerlo bonito. Pero seduce. «Baila conmigo a través del pánico hasta que esté salvado».

A menudo se habla de alguien que ha roto moldes. Esto puede ocurrir cuando se tiene una identidad muy fuerte. Y Cohen no tenía la voluntad de seducir. Tenía la fuerza de quien renuncia a gustar, y la consecuencia era que impresionaba con su libertad de organizar ideas y palabras. Su voz era oscura y sin el lucimiento de un cantante que quiere comunicarse. Me atrevo a pensar que necesitaba las canciones para confesarse. Y cuando salía al escenario vestido como un señor clásico y con un sombrero puesto quizá quería decir: soy un hombre cualquiera, que ama y sufre.