La rueda

Podemos, en el centro de la escena

CARLOS ELORDI

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La sensación de que Podemos es una ola imparable se ha instalado en el centro de todos los análisis políticos. Tanto o más que la eventual consulta catalana, que, seguramente por inconsciencia, está empezando a dejar de asustar. Tampoco Podemos da miedo, pero inquieta sobremanera a todo el sistema político instalado. Porque no para de crecer y porque hay motivos sobrados para sospechar que va a seguir haciéndolo. Y ese sistema no tiene previsto cómo encajar dentro de él a una fuerza poderosa cuya objetivo principal es acabar con el sistema mismo: Jaume Miquel, el sociólogo que pronosticó 1,2 millones de votos para Podemos en las europeas, le da tres millones en las generales, muy cerca del PSOE.

No se sabe mucho sobre las interioridades del fenómeno. Los institutos demoscópicos lo ignoraron en mayo y no han tenido tiempo ni seguramente dinero para cubrir esa laguna. Hasta el punto de que no se puede descartar que estén inflando sus posibilidades electorales con la misma arbitrariedad que hace cinco meses las desecharon.

Voto de rechazo

Con todo, y con apuntes de aquí y de allá, parece deducirse que el voto a Podemos, el que se expresó el 22-M y el que cada día se le suma, no es necesariamente, y puede que ni mayoritariamente, de izquierdas. Es un voto de rechazo. A la gestión de la crisis que han hecho los partidos mayoritarios, a la corrupción que se percibe que domina en todos ellos, al espectáculo de una partitocracia que solo mira por sus intereses. Y que en esa actitud coinciden exvotantes tanto del PSOE, muchos, como del PP, no pocos.

En una España que no protesta en la calle, votar a Podemos es la expresión política del hartazgo. Y dado que el sistema convencional sigue demostrando que es incapaz de reaccionar a ningún desafío, cabe prever que puede ser tan amplia como lo es el hartazgo mismo.