EL DESAFÍO YIHADISTA
Placebo y gasolina
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
En su novela ‘Mr. Mercedes’, Stephen King cuenta la historia de un desequilibrado que roba un Mercedes y atropella con él a una multitud de desempleados que hacía cola en una feria de empleo, asesinando a ocho personas e hiriendo a decenas de ellas. Un poco más adelante en la novela, el asesino planea volarse con un cinturón de explosivos en un pabellón deportivo a reventar de adolescentes durante el concierto de una banda juvenil de éxito. La novela de King es calificada como una novela negra. Si su asesino hubiera sido musulmán, sería un ‘thriller’ internacional. En la novela, el asesino es un psicópata que lamenta que los autores del 11-S hubiesen dejado el listón tan alto para ángeles de la muerte como él; si hubiera sido musulmán, sería un terrorista.
Un camión ha sido el arma mortal elegida por el asesino de Niza para sembrar el terror en la ciudad. Un camión fue el arma elegida por otro asesino para sembrar el terror en Bagdad hace unas semanas. Da igual que el tamaño geográfico de su demencial califato disminuya; la capacidad de hacer daño del Estado Islámico parece ilimitada: Estambul, Bagdad, Medina... Regresan tras Niza las habituales proclamas de unidad y de defensa de los valores de Occidente ante los yihadistas, como si fuera menos cierto hoy que las principales víctimas del Estado Islámico son musulmanes. Se anuncian, de nuevo, bombardeos en Irak y Siria. Son los mismos discursos que se suceden desde hace años tras cada atentado; a veces, da la sensación de que llevamos diciendo, haciendo y escribiendo lo mismo desde, al menos, el 11-S. En Irak y Siria, pues, se bombardeará sobre mojado, los bomberos incendiarios de turno (como el inefable José Manuel García-Margallo o Donald Trump, ese candidato a la Casa Blanca) volverán a echar gasolina al fuego de la convivencia y a vincular a refugiados con terroristas, a musulmanes con yihadistas, ya vimos en Orlando como en Estados Unidos, the land of the free, abrir fuego de forma indiscriminada en un local es un tiroteo o un atentado dependiendo de la fe que profese el asesino. Continuamos haciendo exactamente lo mismo que nos ha llevado hasta aquí y nos sorprendemos de que las consecuencias sean las mismas.
Vuelven también los análisis geoestratégicos, históricos y políticos para culpar de forma más o menos velada al islam (más que nunca se hablará de la necesidad de una ilustración para los países árabes, de su propia Toma de la Bastilla) o para contextualizar lo sucedido en la descolonización, la desposesión, el petróleo, la guerra de Irak, y un largo etcétera. Tan largo como la lista de muertos que se van acumulando en Occidente y en Oriente sin que ni gobiernos ni sociedades encuentren la forma de detener la hemorragia.
¿Qué le habrá pasado por la cabeza al asesino que se ha puesto al volante del camión en Niza? ¿O al que abrió fuego en Orlando? ¿O al que asesinó a 300 personas en Bagdad? En su novela, Stephen King logra que el lector conozca a su sanguinario Mr. Mercedes, sin llegar ni a justificarlo ni a excusarlo ni siquiera a comprenderlo. Tantos años después del 11-S, parece obvio que el enfoque basado solamente en la seguridad como única forma de enfrentarse al yihadismo no funciona. Son necesarias otras formas de afrontar el problema. Bombardear otra vez Irak y Siria es, en el mejor de los casos, un placebo. En el peor, un chorro más de gasolina para los convencidos fanatizados que no están viniendo en patera ni huyen de los barriles de dinamita de Bashar al Asad, sino que en muchos casos son europeos.
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