OPINIÓN

Los pitos, los goles y la vida

Silbar no es insultar. Es mostrar decepción. Se puede estar de acuerdo o no, pero no debe castigarse

ANTONIO BIGATÁ

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Ayer, el diario As, una de las cabeceras que predica con más entusiasmo que no debe mezclarse la política y el deporte (y menos ante una final española de la Copa del Rey, copa deportiva y rey político), abrió su web con este titular sobre la FIFA: «El Eje Putin-Blatter frente a MerkelDavid Cameron y el FBI». Y explicaba que la FIFA iba a elegir presidente «en un clima de tensión geopolítica», recogiendo que «Putin acusó a Estados Unidos de querer boicotear el Mundial de Rusia» del 2018 y que «los aliados de EEUU piden la dimisión de Blatter».

El periódico madrileño explicaba la verdad, aunque en esta ocasión no consideró oportuno acompañarla de consideraciones buenistas sobre no mezclar política y deporte, o deporte y persecución de la corrupción. Esta vez no tocaba.

En nuestro país la mala y extendida costumbre de no reconocer las cosas como son ha creado ese dogma de que no puede mezclarse lo que de hecho ya está irreversiblemente unido, en vez de preocuparnos de que, mezcladas, se combinen bien y respeten la deportividad y los valores democráticos. A estas alturas, pensar que el fútbol es y debe ser únicamente 90 minutos en calzón corto intentando meter un gol es un simplismo. Ni lo es ni debe serlo por obligación, pues como forma parte de las cosas de la vida también está presidido, guste o no, por la libertad.

Por otra parte, reitero algo escrito ya muchas veces: defender que en los estadios se pueda aplaudir pero no silbar es una tontería. En este tema, hacer trampas dialécticas es una estupidez. Porque ya estamos utilizando bien al fútbol para la política de luchar contra el racismo, para profundizar el debate sobre la violencia, para reflexionar sobre los insultos y sobre los comportamientos individuales y de grupo escudados en el anonimato de la masa, para defender la conveniencia democrática de delatar a los compañeros de grada que tienen conductas criminales.

El fútbol ya es también eso, no hay marcha atrás. Es espacio de gestos decentes y de corrupciones, de austeridades y de despilfarros, de palcos benditos en los que se habla de deporte y de palcos donde se traman negocios ilícitos utilizando tráfico de influencias.

Del mismo modo que ahora es excusa para movilizaciones fascistas que acaban tirando gente al río, o la selección española juega un amistoso en Guinea para apuntalar la imagen del dictador Obiang, antes el franquista Bernabéu lo utilizaba para hacerle relaciones públicas a un régimen impresentable y en el Este de Europa fingía representar un buen estado físico de su reprimida y no bien alimentada población.

Política y deporte siempre han ido juntos, y la preocupación debe residir más en conseguir que lo hagan con transparencia y fair play que en negar su vinculación. Ahora que se predica la mentira de que silbar es insultar, recuerdo que aplaudir es exhibir satisfacción mientras silbar es mostrar decepción. Una realidad de la vida es que unas veces se aplaude y otras se silba.

Represalias injustas

Otra realidad es que puede estarse de acuerdo o no con los aplausos y los silbidos, pero deben respetarse y es injusto que generen represalias. Respecto a esto, no creo que, pase lo que pase con los silbidos y los aplausos, haya que castigar al organizador del encuentro, que es por cierto la Federación Española de Fútbol y no los dos clubs contendientes.

En todo caso, sería mejor que la justicia entrase a examinar a la federación por otras cosas, como por ejemplo su contubernio activo con la corrupta FIFA.

Tal como se han caldeado las cosas, esta noche habrá pitos y aplausos más o menos lógicos e ilógicos, como ocurre siempre. Y frente a eso, aguantar con nobleza si hay algo injusto, como aguanta todo el mundo las adversidades que no merece. También habrá goles más o menos buenos y quizás alguno en propia puerta, especialmente del llamado Poder, si luego hay sanciones estúpidas por expresar lo que libremente se siente.

Las coincidencias y discrepancias son cosas de la vida y de la política que la impregna en todo, incluyendo el fútbol.