NÓMADAS Y VIAJANTES

Pierden los palestinos

RAMÓN LOBO

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Los 570 palestinos de Nabi Saleh, a unos 20 kilómetros al noroeste de Ramala, no esperan nada de las elecciones del martes en Israel. Gane quien gane su vida va a seguir siendo igual de miserable. Están cercados en su tierra, racionados a doce horas de agua a la semana y bajo la presión constante de los soldados que controlan los dos accesos por carretera. De vez en cuando lanzan una incursión nocturna en la que registran casa por casa, despiertan a los niños y los fotografían uno a uno. Nabi Saleh es célebre por su tozudez fuenteovejunera y el uso de la redes sociales para denunciar los abusos.

Cada viernes desde 2009, al finalizar el rezo, decenas de mujeres, niños y hombres inician una marcha de protesta. El objetivo simbólico es acercarse al último manantial confiscado por los colonos del asentamiento de Halamish, habitado por 1.500 judíos ultraortodoxos, y que está situado en frente de Nabi Saleh. En seis años han perdido los cuatro manantiales con los que regaban sus olivos. Cada viernes desde 2009, los soldados entran en el pueblo y disuelven la marcha con botes de humo, balas de goma y fuego real. También lanzan un agua verdosa tratada con productos químicos que huele a mierda. La manguera apunta a los tejados donde están sus depósitos de agua. El objetivo es humillar.

Filmando la represión

En Nabi Saleh todos pertenecen al mismo clan, los Tamimi. En una de las primeras casas al dejar atrás la gasolinera, se encuentra el Tamimi Press, un invento del periodista Binal y su esposa Manal para documentar el sufrimiento y reclamar la atención internacional. Cada viernes, Binal filma la represión y cuelga las imágenes en su página de Facebook. Cada vez que aparecen los soldados, los habitantes de Nabi Saleh sacan sus teléfonos móviles para fotografiar y grabar. Ya es un ejército de luchadores que se sirven de la tecnología y de las redes sociales para romper el muro de silencio, más impenetrable que el físico de hormigón. El Tamimi Press ha ya perdido tres cámaras, pero no el ánimo.

Manal Tamimi tiene 42 años. Se ha convertido en una activista de los derechos humanos a quien invitan a dar conferencias y charlas, la última en el País Vasco. Es una mujer coraje, una mujer que no se rinde jamás, una luchadora. «Los más vulnerables son los niños. Tienen pesadillas y miedo a los soldados. Hemos aprendido que la forma de quitarles ese miedo es dejarles participar en las protestas. Llenan globos con agua y se los tiran a los militares».

Abu Saleh es lo que se llama una zona C con algunas partes B. Ser C equivale a zona militar en la que los soldados y los colonos pueden hacer lo que quieran en nombre de la seguridad.

En la escuela estudian juntos las chicas y los chicos; es una rareza en Cisjordania, pero no hay medios para separarlos en dos centros, ni necesidad alguna pues todos son Tamimi. En esa escuela, varios niños que superan los 13 años cuentan historias de enfrentamientos y tienen el cuerpo marcado. En el partidillo de fútbol en el patio la mitad es del Barça y la otra del Real Madrid. Nadie lo dice, pero su sueño secreto es escapar disfrazados de Messi.

Manal pertenece al Comité de Resistencia Popular y está en contra de la solución de los dos Estados. «Es una ilusión. Además son cuatro Estados: Gaza, Jerusalén y dos Cisjordanias, las de islas en las que viviríamos nosotros, y las zonas militares, los colonos y sus carreteras que nos rodearían».

Mientras que en EEUU y en la UE alguien repite de vez en cuando el mantra de los dos Estados y de las negociaciones de paz, cuando hace años dejaron de existir bajo Binyamin Netanyahu, en Cisjordania se abre paso una idea que lanzó hace tiempo Edward Said: un solo Estado y que Israel dé la nacionalidad a los palestinos, y que todos vivan juntos en igualdad de derechos. Es el último sueño imposible; supondría el fin del Estado judío y el inicio de un Estado democrático binacional.

De segunda y tercera

Jumana es palestina del norte de Israel. Tiene la nacionalidad israelí. Es una de los 1.658.000 árabes israelís, un 20% de la población, hijos y nietos de los palestinos que permanecieron en Israel tras la independencia y la Nakba en 1948. Cuando viaja por Europa o EEUU todo el mundo la trata como una israelí. Es lo que dicen sus papeles. Pero cuando intenta salir de su país o entrar en su pasaporte hay una letra que la delata: la d, significa árabe, ciudadana de segunda.

Los palestinos de Cisjordania, tras años de sufrimiento, ya solo aspiran a escalar una categoría: de tercera a segunda, poder acudir al hospital, viajar, vivir.