DOS MIRADAS

Pieles

EMMA RIVEROLA

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Su piel se va cubriendo de cicatrices. Cada kilómetro recorrido, una nueva herida. Ahora el sol implacable del desierto se bebe cada gota de su cuerpo. Ahora le roban. Ahora la golpean. Ahora la violan. Ahora se muere en sus manos una compañera de viaje. Ahora los sueños de niña se pierden entre los espejismos. Ahora, como cada noche, tiene miedo. Ahora, como cada día, tiene hambre. Ahora descubre los cuerpos devorados por chacales de los que se han quedando por el camino. Ahora se hacina en un piso infecto. Ahora pare a su hija. Ahora le falta dinero para la patera. Ahora se prostituye. Ahora vuelven a robarle. Ahora golpean a su niña. Mañana…

Mientras, nuestra piel se va cubriendo de capas de sal. Pátinas invisibles para protegernos de lo que no queremos ver ni sentir. Una forzada costra de indiferencia. La coraza del que tiene miedo de las cicatrices. Bajo nuestro blindaje nos lamentamos de las heridas ajenas y nos inventamos el falso consuelo de creer que quizá en otras pieles no duele tanto. No podemos hacernos responsables de todos, dicen las voces que construyen nuestro caparazón. Pero debajo de todos los estratos de excusas, prevenciones, legalismos, cobardía y pasividad, el leve latido de la piel desnuda no deja de preguntarse quién protegerá a la humanidad si ella misma no sabe cuidarse. Mientras sepultamos la justicia y la dignidad bajo capas de indiferencia, medio mundo se desangra.