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A pesar de España

dominical  numero 626 seccion trueba

dominical numero 626 seccion trueba / periodico

DAVID TRUEBA

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A cuenta de la crisis se han ido al carajo muchas infraestructuras culturales. En un gran número de casos los ayuntamientos y comunidades, incapaces de dotar de contenidos de gran calidad los teatros públicos y lugares de conciertos, museos y salas de conferencias, se conforman con lograr pagar la cuenta del limpiacristales. No es raro, en cambio, encontrar una especie de celebración de la cultura nacida en las cunetas. Ha habido casos incluso en que las administraciones se han asociado con iniciativas muy precarias para tratar de lucir un poco la política cultural destrozada en muchas zonas de España por el abandono institucional. Este presumir de revitalización y hasta de fiebre creativa tiene algo de ridículo. Es como si presumiéramos del sistema sanitario de un país no tanto porque los hospitales funcionen, sino porque surjan quirófanos clandestinos y doctores que pasan consulta en la trasera de su casa y se elogie que sean profesionales muy dotados desde el ministerio de Sanidad.

Algo así sucede con el elogio hacia las compañías independientes, los teatros alternativos y el cine de bajo coste. A todo el mundo se le olvida añadir que si existen tales iniciativas es porque un montón de profesionales se han visto obligados a exprimir sus vocaciones aunque sea sin cobrar un sueldo, sin tener ninguna garantía laboral, saliendo a escena sin el mínimo seguro y rodando o montando un espectáculo sin la menor esperanza de recuperar sus costes. Esto siempre se ha llamado underground o arte subterráneo y si poseía una virtud era el de no tener que padecer a ningún político haciéndose la foto en su estreno. Pues en España hemos visto batirse también ese triste listón. Te encuentras a algún jerarca lamentable diciendo que en su ciudad la escena independiente ha cobrado una gran importancia.

En realidad, la grotesca aspiración de pasar sin ser manchado por la debacle generalizada de la cultura y el arte en el país tiene mucho que ver con la impostura de ciertos políticos. Cobran su sueldo en oficinas culturales, en departamentos artísticos y en direcciones generales, pero les da igual ver cómo se reducen los fondos destinados a sus materias y se dejan a deber desde la administración los pagos correspondientes a trabajos en ferias, exposiciones, muestras y hasta cabalgatas de Reyes. En un país ridículo, pronto crearán una dirección general para la mendicidad sin fondos asignados y una subsecretaria nacional para la organización de los cartoneros, con tal de colocar a algún inútil del partido a costa del erario público sin que ese empleo tenga destino ni servicio para la ciudadanía. Así se prolonga una catástrofe nacional que empaña el brillo de los grandes nombres del arte y la cultura española de los últimos tres siglos. Todos ellos comparten una coincidencia espeluznante, si han llegado a algo ha sido por luchar contra el ecosistema en el que les tocó nacer y contra el poder político que los ahogó en cada generación cuando no los fusiló o los mandó al exilio. Son la mejor muestra de que los grandes españoles lo han sido siempre a pesar de España.