La crisis catalana

Personal desorientado

Hemos de salir de los escenarios de amenaza en los que los contendientes auguran todos los males al adversario, sin darse cuenta de sus propias debilidades

Expectación 8 Una pareja sigue la rueda de prensa de Puigdemont en una tienda del Poblenou.

Expectación 8 Una pareja sigue la rueda de prensa de Puigdemont en una tienda del Poblenou.

JOAN SUBIRATS

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Unas personas en la cárcel, otras en Bruselas. Unos jueces que encarcelan y otros que no lo hacen. Una huelga que no es, pero una movilización de muchos que sí perturba y condiciona la voluntad de otros muchos. Declaraciones frentistas en los dos polos, que luego no se concretan en candidaturas conjuntas. Y así podríamos seguir.

El nivel de desorientación del personal es notable. Tras la proclamación de una república que no nace y de una independencia que no se plasma, lo que queda es una aplicación del ya famoso artículo 155 que podemos calificar de tibia y dura al mismo tiempo. Tibia en cuanto a las formas de condicionar el funcionamiento de la Generalitat. Dura en cuanto a la desactivación de las instituciones catalanas y de los apoyos civiles a la independencia.

Seguimos la inercia de las dinámicas previas al 27 de octubre (día de proclamación de la independencia y de aplicación del 155), cuando ya el escenario está situado en el 22 de diciembre. Ya no hay espacio para el mambo. Lo que hay es mucha incertidumbre y mucha pesadumbre sobre los efectos de todo el tema en la ya deteriorada situación económica y social del país.

La habitación sin salidas

No es con actos como los de la huelga del miércoles 8 de noviembre como lograremos recomponer las mentes y los corazones de aquellos que siguen creyendo que hay que encontrar una salida democrática a la habitación sin puertas y ventanas. Una habitación en la que nos metimos por culpa de aquellos que no tenían suficiente fuerza como para jugar al todo o nada y de también aquellos que siguen confundiendo legalidad con democracia.

Hemos de salir de los escenarios de amenaza en los que los contendientes auguran todos los males al adversario, sin darse cuenta de sus propias debilidades. No ayuda demasiado seguir oyendo que hay que escoger entre el bien o el mal. Cuando cada vez hay más gente que lo que ve son solo costes. Poco a poco nos vamos dando cuenta de que cada acción conlleva responsabilidades. Y que muchas veces los peores efectos de esas decisiones afectan más a aquellos que menos han contribuido a generarlas.