Al contrataque
Peronismo pujolista
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
No, no es ninguna comisión sino una sala de psicoanálisis. Catalunya sigue tumbada en el diván, a la búsqueda de ella misma. El viaje freudiano hacia nuestra infancia política que se inició con la célebre confesión del president ha dado un giro inesperado con la irrupción de Jordi Pujol júnior, convertido en nuestro nuevo guía en este periplo angustiante hacia nuestro ayer. La aparición de este inesperado y brillante personaje, con golpe de efecto incluido, ha servido para desmentir a todos los que nos anunciaban que esta comisión no iba a servir para nada. Malas noticias para los agoreros nihilistas: desde este lunes ya sabemos que la comisión de la corrupción no solo va a servir para muchas cosas sino que va a pasar a la historia. Y por mucho que el oficialismo intente desviar sin éxito la atención hacia los preguntantes, en realidad lo sustancial está, por supuesto, en las respuestas, y más concretamente en los respondedores.
Ya nada va a ser lo mismo desde la actuación del primogénito: apareció de repente la Catalunya de los negocios, desnuda, cruel y sin filtros, y por fin entendimos qué significaba aquella cursilería del business friendly, eufemismo de una espectacular agenda de contactos, padre o no mediante. La valentía y brillantez de Jordi Pujol júnior no le exime de sus presuntos delitos, pero abre una nueva e inesperada vía: estamos ante un sorprendente sálvese quien pueda, en una inversión de aquella moralina que proclamaba que el país siempre iba por delante de las personas, convertida ahora en un yo por delante de todo, como demuestra este desmentido de la supuesta relación superficial entre Jordi júnior y Artur Mas, transformada desde el lunes en una «relación íntima».
La posteridad, perdida
El desfile en cadena de la familia, dramatizado de menos a más como el crescendo de una tragedia shakesperiana, ha servido para descubrir que el padre ha cambiado el país por sus abogados, que la madre sigue confundiendo Catalunya con su hogar y que los hijos ya van por libre. Semejante desbandada quizá los salve a todos judicialmente, pero perderán definitivamente el único partido que querían ganar, el de la posteridad. Lo relevante es que la caída familiar va a repercutir sobre un partido que no es que fuera suyo, es que era simplemente un apéndice de su propia casa.
Visto desde la crudeza del presente, la feliz normalización lingüística queda casi como lo único distinguible de aquella supuesta gran obra de gobierno, que aparece ahora al servicio de un personalismo enfermizo. Y es que ahora sabemos que no hubo nunca ideología sino simple y calculada ausencia de ella, es decir, puro peronismo pujolista local y adaptado. Esta desintegración cósmica, que modifica y revisa cruelmente nuestro pasado, obliga a Convergència no a refundarse, como se dice, sino sencillamente a fundarse. Del peronismo a la nada, y a empezar de cero.
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