El radar

Periodismo y ciudadano

JOAN CAÑETE BAYLE

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Tradicionalmente, los periodistas dependíamos sobre todo del olfato profesional, una suerte de sexto sentido que nos decía si algo era noticia, si ese algo iba a resultarles interesante a nuestros lectores y si iba a funcionar. Una vez publicado (o emitido), diferentes métricas nos indicaban si la habíamos acertado. Las había relativamente cuantitativas (la audiencia, los ejemplares vendidos…) y relativamente cualitativas: el impacto social y mediático, el feed back de los sectores afectados. Y, claro, la reacción de los lectores. Ahí, las cartas siempre han sido una buena forma de olfatear qué tal lo hacíamos.

Ahora, el formato digital nos da al instante todo tipo de métricas cuantitativas con un nivel de detalle que suelen impresionar -a veces, apabullar- a los periodistas formados en el olfato, una suerte de síndrome de Google Analytics. Al mismo tiempo, las redes sociales permiten un feed back con los lectores (ahora se les llama usuarios) que es muy veloz y al mismo tiempo cualitativo (qué se dice) y cuantitativo (cuántas veces se comparte). Muchas decisiones individuales de los periodistas y colectivas de las redacciones que antes se dejaban al albur de un olfato más o menos avezado e ilustrado, se toman ahora a partir de estas métricas.

En Entre Todos, el olfato (en este caso, el oído con el que escuchamos la conversación pública) dictamina que el 2015 ha sido sobre todo un año político, como no podía ser de otra forma en un curso en el que ha habido cuatro elecciones. Se ha hablado mucho de independencia, bipartidismo, corrupción, de nueva y de vieja política, de ilusión de cambio, de miedo a ese cambio, de ruptura y de reforma. El olfato/oído también nos dice que hemos hablado mucho de Francia, de terrorismo y del islam y los efectos de la guerra. Ha sido un año más con el ellos y el nosotros como eje de la conversación pública, ya fuera para analizar el Gobierno de Syriza en Grecia o para comentar esa recuperación en la que no muchos creen. Nada original desvela nuestro oído: al fin y al cabo estos son los grandes temas del momento.

Y sin embargo, las métricas puras y duras nos dibujan otro escenario. Las cartas más leídas y compartidas del año no son políticas, sino denuncias. La carta más leída es la que firmó Huda Bourrouhou, una joven de 18 años estudiante de Ciencias Políticas, que denunció que ella y dos amigas sufrieron una agresión en el metro porque una de ellas llevaba hiyab. La décima carta más leída la escribió Ariadna Morales, estudiante de Periodismo de Mataró, que describía la crudeza con la que un vagón entero le hacía el vacío a un hombre con aspecto de musulmán tras la masacre del 13 de noviembre en París. Hasta ocho de las diez cartas más leídas son denuncias, como la de Rosó Castellsagués, que se vio obligada a pagar una entrada  para su bebé de 10 meses en el Camp Nou, o la de Ricard Galceran, al que le prohibieron explicar a unos amigos los secretos del parque Güell porque, le dijeron, eso solo lo pueden hacer los guías oficiales.

El testimonio de Ricard Galceran dio lugar a varias informaciones de este diario y a una tormenta de indignación ciudadana. Lo mismo sucedió con los de Huda BourrouhouAriadna Morales y otras denuncias que se convirtieron en noticia después de recibirlas en Entre Todos. Es significativo que las cartas más leídas no sean opiniones sobre los grandes asuntos, sino testimonios de cómo estos afectan a nuestras vidas y las denuncias. Ambos tienen en común que plantean la desigual relación entre el ciudadano por un lado y las instituciones, las empresas y nuestros prejuicios como sociedad por el otro. Un combate en el que el periodismo debe posicionarse siempre con el ciudadano.