Geometría variable

Pere Navarro, ¿tortuga?

JOAN TAPIA

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Artur Mas ha superado el debate de política general. Es el parlamentario con más oficio (aunque se le notó algo irritado) y sabe concitar mayorías favorables. Pero debe ir con cuidado. Encargar a Joan Rigol un documento que consagre la unidad del catalanismo y reunir una mayoría muy sólida de 100 diputados (sobre 135) da una imagen de gran fortaleza. Aunque la impresión desaparece si luego se ningunea ese consenso y se traza la hoja de ruta de la consulta con una mayoría menor, del 61% e inferior por tanto a los dos tercios a los que el Estatut  obliga para cualquier reforma (no ya para ir a la independencia). Es un camino que se dice ambicioso, pero repleto de contradicciones y escollos. Mas sabe que por ahí la consulta legal que dice pretender es imposible.

El debate ha revelado grandes diferencias entre Unió, que quiere una consulta con más opciones que la secesión, y una parte de CDC y ERC que solo apuestan por el si o el no a la independencia. El president se ha comprometido a acordar la pregunta en breve y ahí pueden saltar chispas -incluso incendios- en su mayoría parlamentaria. Y pese a que Josep Antoni Duran Lleida sea católico romano, el desencuentro con CDC puede acabar en pecaminoso divorcio. Un amigo me asegura que su aplaudímetro registró que varios diputados de CDC aplaudieron en algún momento a Oriol Junqueras con más fervor que a Mas. Además, el papel de Junqueras como socio clave de la actual mayoría parlamentaria y, al mismo tiempo, líder de la oposición chirría cada día más. Catalunya debe ser la única nación civilizada en la que el líder de la fuerza que sustenta al Ejecutivo tiene el estatus de jefe de la oposición. Mala tarjeta de visita para ir a la UE pidiendo que se tenga en cuenta que el independentismo catalán es «el movimiento más democrático, claro, fuerte, pacífico, ilusionador y entusiasta que está viviendo Europa». ¡Vaya frase! Por cierto, que en la visita de Mas a Bruselas, José Manuel Durao Barroso -que ha recibido tres veces a Duran en los últimos tiempos- ha vuelto a tener «problemas de agenda».

Un dirigente del PSC me decía no hace mucho que son un partido de alcaldes y cuando hay un problema un alcalde no ataca, sino que busca una solución. Algo de eso le ha pasado a Pere Navarro, que no estuvo pugnaz ante Mas. Pero sobre el fondo de la cuestión, Navarro va sumando puntos. Para tener respetabilidad, conseguir su apoyo (y el del Foment) y evitar más roces con Unió, el president tuvo que poner entre paréntesis por unas horas el frente independentista y plantear la propuesta Rigol. Y a la exigencia de la consulta, no para ir hacia la independencia sino para un nuevo encaje con España -en la que hace un año parecía muy solo- se ha sumado ahora Unió. Y el PSC y UDC son los dos únicos partidos catalanistas que participan en una fuerza europea relevante.

Además, Alicia Sánchez-Camacho ha tenido que poner sordina a su propuesta de frente antiindependentista para reunirse con Navarro y escuchar que la solución a la crisis catalana es la reforma de la Constitución.

Artur Mas conserva el control de la pelota, pero ha elegido una hoja de ruta endiablada. Cuesta comprender que un exalumno de Aula descubra ahora que la UE es una unión de estados.