Pequeño observatorio

Perdone, ¿señora o señorita?

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Parece ser que en Francia se quiere adoptar el tratamiento demadamepara todas las mujeres, e ir retirando el demademoiselle, que se aplicaba a las mujeres jóvenes o solteras. La tendencia es no hacer la distinción en función del estado civil. En siglos pasados, el trato diferente era obligatorio, y más hacia aquí, todavía normal.Maurice Chevaliercantaba una canción que se llamabaMademoiselle de Paris, yMarcel Proust escribió: «Me encuentro con la duda de si le tengo que decirmadameomademoiselle,y eso me sonroja». El doble tratamiento era embarazoso porque ocurría a menudo que alguien decíamadamecuando la interpelada era soltera, o al revés.

Cuando yo era pequeño, me pasaba lo mismo. Pero, hoy en día,señoritaqueda un poco ridículo. Yo he asistido, por azar, a la pregunta de un señor que le preguntaba a una mujer: «Perdone, ¿le tengo que llamar señora o señorita?». Años atrás, equivocarse en este punto era importante, y soy testigo de un hecho curioso y significativo. Un hombre se dirigió a una señora de bastante edad, por no decir francamente vieja, diciéndole «señora», y la aludida le corrigió con energía: «Perdone, pero yo soy señorita». Conservaba, orgullosa, su condición de soltera, que para ella significaba, además, virginidad.

Los franceses, que siempre han sido muy formalistas -al cabo del día aún dicen «perdón» 10 veces más que nosotros-, han mantenido de una manera bastante rígida la distinción social entremadameymademoiselle, pero se han dado cuenta de que las cosas han cambiado. En la literatura actual puede haber una determinada situación que justifique el tratamiento tradicional, como en la novela deEric Holder tituladaMademoiselle Chambon. Pero en la vida real ya todos somos señores y señoras, aunque a algunas personas mayores les cuesta acostumbrarse. Una vez oí cómo un señor que hablaba por teléfono le decía a su interlocutor: «Antes he hablado con una señorita ...». Son reminiscencias de cuando, si alguien del sexo femenino trabajaba en una oficina, quería decir automáticamente que no era casada y, por tanto, era unaseñorita.

Actualmente, por lo que veo, en la correspondencia es frecuente suprimir tanto el tratamiento deseñoritacomo el de señora.Se escribe, por ejemplo, Carme Rull y seguidamente dos puntos; nada más. Lo mismo sucede con señor. Y el don ya es historia. Cuando el sarcástico Josep Pladecía «señorita» siempre me sonó como si dijerapoquita cosa.