EN PRIMERA PERSONA

Lo peor de ser madre

El primer mes te preguntas si realmente lo haces tan mal, el segundo ves que que todo eran ganas de hacerte sentir mal

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MARIA AGUILERA

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El mayor tormento de una madre es, sin duda, soportar al resto de madres. Desde que estás embarazada, todas tus conocidas organizan tu futura vida familiar: esto lo tendrás que hacer así, esto asá… Y te animan dibujando un  panorama infernal de la maternidad que tú, pobre ingenua, no serás capaz de afrontar. Como novata, escuchas pacientemente todos esos consejos que no has pedido y que a menudo no compartes.

Con el nacimiento de la criatura, los consejos se transforman en acusaciones. Todavía no has salido del hospital y ya has cometido multitud de errores y negligencias varias. Todos tus movimientos parecen poner en peligro la vida de tu bebé. Como si alguien las hubiera erigido en jueces, esas mujeres examinan todos tus actos y todas tus decisiones con lupa, y raramente dan un veredicto positivo.

Hacerte sentir mal

Parece que les duela darte la razón en algo. Que si dar el pecho es tercermundista o de gitana. Que si coges demasiado al bebé en brazos. Que si no lo coges suficiente. Que si no preparas bien la papilla (¿qué le has puesto? Ummmm…). Que si se te va a caer. Que si lo coges mal. Que si tú misma, ya verás como continúes así… El primer mes te preguntas si realmente lo haces tan mal. El segundo te das cuenta de que todo eran ganas de hacerte sentir mala madre y regocijarse en su supuesta superioridad. 

Todas te vigilan, están al acecho, muertas de ganas de verte cometer un error para echársete encima con su sabiduría infinita

Luego están los clásicos. El primero es el de la temperatura. No importa cómo vistas al bebé, siempre estará mal. Quieren que los abrigues como si viviéramos en Siberia, para asfixiarlos y, de paso, volverlos débiles y enfermizos. Lo mismo ocurre con la temperatura del baño. Absolutamente siempre, y sin ni siquiera probar el agua, sugerirán que está ardiendo. Cómo sobreviven los niños a los baños infernales de sus incompetentes madres es un misterio.

El segundo clásico es el de los dientes. La próxima vez que me digan que a mi bebé le están saliendo los dientes perderé mi educación. Desde los 2-3 meses de vida, cuando la criatura empieza a meterse las manos u otros objetos en la boca porque simplemente ya sabe hacerlo y porque es su forma de descubrir el mundo, todas insisten en que ya le están saliendo los dientes. ¡Si cada vez que me lo han dicho le hubiera salido un diente, tendría al menos 50! ¡Y le ha salido el primero a los ocho meses, cinco meses después de que, supuestamente, empezaran a salirle!

Saber más que el pediatra

El tercer clásico es decidir qué necesidad tiene el bebé en todo momento y dejar claro que tú, mala madre, no te habías dado cuenta. Que si tiene hambre, o sueño, o gases, u otitis… Y tú, que sabes perfectamente qué tiene porque lo conoces como nadie, no eres escuchada, ¡te contradicen incluso, aunque algunas jamás habían visto a tu hijo!

El cuarto clásico es que todas saben más que el pediatra. Cuando cuentes el diagnóstico médico, ellas siempre lo pondrán en duda. Levantarán una ceja escéptica y dejarán caer, sin ningún argumento, que si le haces caso al pediatra tu bebé está condenado. Porque este nunca se da cuenta de la gravedad de la enfermedad, ni da pautas correctas, ¡ni le importa el crío!

El quinto clásico es que nunca eres suficientemente cuidadosa. Si dices que esto lo haces así para que el bebé no se pueda hacer daño, te dicen: "Uyyyy, yo no estaría tan segura…". El caso es fastidiar.

Todas las madres te vigilan, están al acecho, muertas de ganas de verte cometer un error para echársete encima con su sabiduría infinita. Y mientras tanto, mis hijas comen de todo, duermen 12 horas y están sanas y felices. ¿Por qué no hacen esas madres como yo, y dejan vivir al resto?