La calidad de vida urbana

Pedaleando la ciudad del mañana

En Barcelona nos queda mucho para desarrollar una cultura de la bicicleta como la de Copenhague o Utrecht

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LILIANA ARROYO

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Recuerdo mi primer paseo en bicicleta. Creo que tenía 5 años y era un soleado domingo. Mis padres me llevaron al parque con otros tantos niños sobre sus bicis con o sin ruedas traseras. A veces íbamos con amigos de mis padres y sus hijos. Y recuerdo que el otro ciclista pequeñín tenía una bici distinta porque era para chicos. La mía, para niñas. No entendía la distinción, porque los pedales no tienen género. En cualquier caso, durante tiempo fue una actividad habitual del fin de semana, así que crecí pensando en la bicicleta como objeto de entretenimiento.

En mi etapa universitaria se convirtió en aliada. Para llegar a la facultad necesitaba cruzar prácticamente toda la ciudad y calculé que tardaba menos pedaleando que en metro o autobús. Descubrí además que me liberaba de esa sensación de pérdida de tiempo que sentía agarrada a la barra y bajo tierra en horas punta. Ahí la bici pasó de juguete a medio de transporte. 

Tiempo después vi La bicicleta verde. Una película a la que llegué casi por casualidad y que narra cómo una niña de las afueras de Riad desafía a su madre y las leyes por querer una bicicleta: la necesita para ganar a su amigo echando una carrera. Me sorprendió que algo tan inocente, que yo había hecho tantas veces en mi infancia, se pudiera perseguir. Entonces descubrí cómo las bicicletas han sido un símbolo de libertad para las mujeres. Porque son autonomía, empoderamiento y autosuficiencia. Considerarlas entretenimiento o transporte queda corto, son también ideología. 

Revolución en clave sostenible

Ahora estoy en mi cuarta etapa respecto de la bici: revolución en clave sostenible. Sigo pedaleando para moverme por Barcelona y me alegra ver cada vez más carriles bici. Pero no es suficiente. Nos queda mucho para desarrollar una cultura de la bici como la de Copenhague o Utrecht, líderes en el Índice de las ciudades más amigables 2017, y eso no se mide por kilómetros de carril, sino que tiene en cuenta también la convivencia con peatones y vehículos, la seguridad o la aceptación social de las bicicletas como parte del paisaje urbano. Barcelona es la undécima ciudad, quizá encontremos inspiración más al norte.

Tomemos en serio las bicis como ingrediente en la transición energética. Nos hace falta crear la cultura y asegurar su convivencia

En Holanda, aunque suene extraño, hay un caos viario impresionante, porque es frecuente vivir en una ciudad y trabajar en otra. El Ayuntamiento de Utrecht lanzó en el 2016 una app para reducir atascos, invitando a los conductores a moverse en otros horarios, trabajar desde casa o usar transportes diferentes. Si en horas punta optas por la bici, acumulas puntos canjeables por dinero o regalos. Para quien no atiende a argumentos de salud o sostenibilidad, parece que el incentivo económico lo mete en la conversación.

Sigamos disfrutando de paseos de domingo sobre dos ruedas, pero tomemos en serio las bicis como ingrediente en la transición energética. Junto a vehículos eléctricos, serán cruciales para la vida en las ciudades. Tenemos a favor el clima y la orografía. Nos falta crear la cultura y asegurar su convivencia. ¿Pedaleamos para mañana?