IDEAS

Los payasos son siniestros

RAMÓN DE ESPAÑA

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Ante la proliferación en Estados Unidos de esos tarados que se disfrazan de payaso siniestro para asustar a la población, la cadena de hamburgueserías McDonald's ha decidido concederle unas prolongadas vacaciones al repugnante Ronald McDonald, payaso emblema de la casa cuya larga supervivencia no he conseguido explicarme jamás. Si a mí, que soy (aparentemente) un adulto, me daba una mezcla de asco y temor, ¿cuáles podían ser sus efectos sobre los tiernos infantes?

No descarto que mi visión de las cosas esté un tanto sesgada. Reconozco que los payasos me aterrorizaban en la infancia; sobre todo, los llamados augustos, con su exagerado maquillaje, sus medias de locaza y, en especial, el cucurucho que llevaban en la cabeza. Yo veía a uno de esos elementos y enseguida lo identificaba como un asesino pedófilo extremadamente sádico. En las comuniones de los amiguitos, procuraba mantenerme a una prudente distancia del augusto de turno, aunque siempre me quedé con las ganas de preguntarle qué extraña pulsión le llevaba a presentarse de esa guisa en su lugar de trabajo.

Ronald McDonald no era un augusto. En teoría, formaba parte de ese colectivo inofensivo de clowns en el que brillaron con luz propia los entrañables Gaby, Fofó y Miliki, pero en la práctica era lo más parecido al siniestro payaso de 'It', la novela de Stephen King, que yo hubiese visto en mi vida. Si me faltaba un motivo para no entrar jamás en un McDonald's, la perspectiva de toparme con el asqueroso Roland me disuadía definitivamente de hacerlo. A alguien le había salido el tiro por la culata en la empresa al abordar el tema de la mascota. La sonrisa demente de Ronald no podía ser cosa del pobre infeliz de turno que se veía obligado a ponerse el disfraz para llegar a fin de mes, sino algo calculado por algún peligroso majareta a sueldo, probablemente, de la competencia.

Lo siento por quienes no habían encontrado una manera mejor de ganarse la vida que interpretar a Ronald McDonald, pero ese monstruo tenía que desaparecer y dejar de colarse en las pesadillas de los niños. Ha habido que esperar a que una pandilla de perturbados anduviera suelta por ahí, jugando al payaso asesino, pero como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga.