La clave

Patrias y buitres

ALBERT SÁEZ

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Los buitres solo acuden donde hay carroña. Son el penúltimo escalón en el ciclo de la vida. Se alimentan de la muerte ajena. De la putrefacción. Los argentinos se rebelan estos días contra los fondos de inversión que llamamos popularmente buitres. Son los que compran la deuda a las entidades respetables pactando un precio a la baja cuando hay amenaza de impagos. Su negocio consiste en adquirir un crédito a precio inferior al nominal. Cuanto más acercan el cobro final a esa cifra, más ganan. Se aprovechan de quienes están sobreendeudados. Se lucran con la desgracia ajena. Son execrables pero la repugnancia que provocan no puede empañar los errores del deudor. Quienes gastan solo lo que tienen, quienes se endeudan de manera ortodoxa, quienes no falsean las cuentas públicas, no tienen porqué temer a los buitres, jamás les atacarán puesto que no encontrarán carroña que ingerir en estado putrefacto.

La presidenta Kirchner sabe perfectamente que la extorsión que sufre estos días de los fondos buitre norteamericanos se debe al caos de la economía argentina que cíclicamente suspende pagos y no siempre por razones exógenas. Por eso su defensa patriótica es tramposa. La primera obligación de un gobernante es evitar que su país quede en manos de los buitres, financieros o políticos, internos o externos. Acudir al antiamericanismo es zafio.

Precauciones

Los Kirchner no son los únicos que pretenden esconder las miserias de su gobierno tras la bandera de la patria. El clan Pujol lo hizo durante años siempre que los buitres se acercaron a su carroña. De pequeños, nuestras madres nos decían que antes de ir al médico hay que comprobar que se lleva la ropa íntima limpia. Lo mismo pasa en política, antes de salir al ruedo hay que comprobar la limpieza de la propia casa. Porque, al final, el hedor de la putrefacción siempre acaba por atraer a los buitres. Y cuanto mayor envergadura pretende tener un proyecto político, más precauciones hay que tomar. Y lo peor es que cuando la patria descubre la carroña no mueve un dedo para detener a los buitres. Se siente malherida.