Al contrataque

Pataletas

ERNEST FOLCH

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Advertencia previa: si usted es un independentista que no soporta a Podemos o un podemos que no soporta al independentismo, no lea este artículo, puede perjudicar gravemente sus prejuicios, es decir, su salud. Y es que el desembarco de Pablo Iglesias en Catalunya ha servido para constatar que Podemos provoca histeria en un cierto soberanismo en la misma medida que este provoca urticaria en un sector de la nueva izquierda. Iglesias se pasó de frenada con su injusta andanada a David Fernández, que no necesita que nadie le dé lecciones, y menos cuando fue quien le enseñó con toda la razón una sandalia a Rodrigo Rato que resultó ser profética. En el otro lado, algunos hiperventilados han corrido a acusar a Podemos de ser lo mismo que el PSOE y el PP, con la esperanza de que no se rompa el esquema del enemigo exterior uniforme. Unos se han creído la falacia de que Catalu-nya es un oasis transversal de corrupción y otros se repiten la mentira según la cual cualquier cosa que venga de España va a ser siempre igual.

Una travesía compartida

Pues llegan malas noticias para los dos: la posición de Podemos respecto al derecho a decidir es mejorable, pero no tiene nada que ver con la del PSOE y el PP, mientras que la CUP está en los antípodas sociales de CiU con o sin abrazo. En realidad, la irritación mutua viene del hecho de que no solo se parecen más de lo que creen sino que comparten un punto muy importante de su proyecto: unos quieren irse de España y otros quieren regenerarla, pero el viaje que los dos tienen que hacer hasta el momento de la ruptura es exactamente el mismo. Por decirlo en el lenguaje marinero de moda: unos se van a Ítaca y otros se quedarán en El Pireo, pero la travesía la deberán hacer juntos. Porque la causa de la eclosión del soberanismo es exactamente la misma que la de la irrupción de Podemos: un hartazgo justificado de la España decadente de la transición. Y parte de la rabia mutua viene justamente de esta coincidencia: saben que, siendo diferentes, comparten objetivos y al mismo tiempo se hacen la competencia. Como ya se vio aquel 11 de septiembre del 2012, son en realidad dos revoluciones en una, la nacional y la social, y el que ignore una de las dos está destinado a descabalgar. El proceso catalán pide una síntesis mucho más compleja que una simple alianza entre CiU y ERC, que apenas suma. En la coctelera final deben también entrar la CUP, Podemos, Guanyem, una parte de ICV, una dosis de exPSC y lo que surja. Cierto, es una digestión muy difícil, pero si alguien creía que este camino lo puede hacer solo acompañado de los suyos ya se puede ir tomando una tila, porque no hay más salida que la complejidad a la que nos ha devuelto la visita fugaz de Pablo Iglesias. El último escollo no es ninguna lista única sino, lo que es peor, una mentalidad única. Les esperamos cuando hayan terminado las pataletas.