Dos miradas

Pasos trabados

Si miramos la ciudad con ojos ancianos o la sentimos con cuerpos limitados, el asfalto se vuelve más hostil y nuestros pasos más cansados

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EMMA RIVEROLA

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El autobús 24 ha sido invadido por turistas. Su recorrido, del Paral·lel al Carmel pasando por la Casa Batlló y el parque Güell, es un potente imán para los ávidos viajeros y un calvario para los vecinos. Vehículo atestado, empujones, sillas ocupadas, carteristas… Una incomodidad para cualquiera. Y todo un tormento para quien no está en plenitud de forma.

Si miramos la ciudad con ojos ancianos o la sentimos con cuerpos limitados en el movimiento o con las manos ocupadas por dos niños pequeños, el asfalto se vuelve más hostil y nuestros pasos más cansados. Desde que en el 2012 se empezó a implantar la red ortogonal de autobuses, numerosos trayectos que antes se realizaban en un único vehículo ahora requieren tomar dos líneas. Lo cual duplica las esperas, la subida y la bajada del vehículo, la incertidumbre sobre si habrá o no un asiento libre. Con artrosis en las rodillas, nada es tan fácil. Aún más si se suman demoras, mucho más habituales de las que parecen razonables, y el nuevo autobús llega abarrotado.  

Los ejemplos florecen con solo cambiar la mirada. Entonces descubrimos que en esa oficina de telefonía donde las colas son tan comunes, no hay ni una triste silla para facilitar la espera. O que esos escalones que separan el zaguán de la calle se convierten en un abismo insalvable si no hay una rampa que permita salvarlos en silla de ruedas. Los obstáculos están ahí, solo hay que saber mirarlos.