La naturaleza como metáfora

Pasear por el bosque

Las zonas arboladas son uno de los espacios en los que más se puede aprender de la vida

ANTONIO SITGES-SERRA

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Para Josep Simó, maestro caminante.

Quizá debo mi aprecio por la naturaleza a mi experiencia con los 'escoltes' cuando era adolescente, porque seguro que no proviene de mis progenitores ni de mis hermanos, todos urbanitas recalcitrantes. O quizá se lo debo a cierto gusto -necesidad imperiosa, más bien- por el aislamiento ocasional de ruidos, no solo sonoros sino mediáticos, profesionales o políticos. En cualquier caso, el bosque, que tanto he visitado, me ha convencido de que es uno de los espacios en los que más se puede aprender de la vida. Hoy les voy a hablar del bosque como metáfora de la vida.

No sé si han tenido ocasión de apreciar los efectos devastadores que elementos tan simples como el aire o el agua pueden tener sobre majestuosas arboledas. Corría un febrero frío y ventoso pero la mañana era clara y apetecía una salida al monte. Me encumbré hacia un pinar cercano y allí estaban inclinados o tumbados algunos de los pinos más altos que puedan imaginarse. La nieve había colmado sus copas, el agua debilitado sus raíces y el viento había concluido la labor tirándolos sin miramientos. Sus escasas raíces desenterradas mostraban que habían crecido con poco fundamento y no pudieron oponer resistencia a elementos aparentemente inocuos pero a menudo conchabados en tareas gigantescas. Altísimos pinos albares derrotados como palillos. Gigantes con pies de barro, decía la Biblia.

El bosque, como la vida, depara sorpresas. Una primavera templada recorría un robledal salpicado de algún abedul joven, cuando a no más de 30 metros divisé un cervatillo en actitud atenta. Miró hacia mí; bueno, los ciervos parece que te miran pero, en realidad, dirigen hacia ti los pabellones auriculares (tienen mucho más oído que vista). Al poco le perdí. Hasta aquí algo normal para quien tiene el privilegio de poder pasear en bosques aún habitados. Al poco tomé asiento en un tronco que parecía diseñado para el descanso. No se imaginan mi sorpresa al ver al cervatillo a un metro, tumbado sobre el follaje, mirándome con desconcierto. Y yo que le hablo, y el 'bambi' que ni se inmuta. Y yo que le pregunto: "¿Dónde está tu madre?". Y él que no contesta pero que escucha, o mira, atentamente. Estuvimos nuestros buenos minutos compartiendo reposo hasta que se enderezó, tomó una trocha próxima y desapareció entre el ramaje sin premura. "De vez en cuando la vida, te besa en la boca", cantaba Serrat.Soy un 'boletaire' aceptable. Pronto, en el ejercicio de mi afición, me di cuenta de que no hay dos setas iguales. Entiéndanme, un níscalo siempre se parecerá a otro níscalo, como un rebozuelo siempre se parecerá a otro rebozuelo. Pero nunca son idénticos; un tono diferente, más o menos altura, mordidos o no por las ardillas inquietas, arrugados o lisos. El caso de los 'Boletus edulis' es de los más extremos: cada uno muestra su personalidad dentro de su pertenencia al mismo clan. De manera que las setas siendo iguales son diferentes. Toda una lección de democracia, reconocimiento de los valores individuales y respeto a las minorías. No se piensen que porque un año sea muy bueno para el níscalo van a salir perjudicadas las molineras o las capuchinas. El bosque se comparte. Además, yendo tras las caprichosas y escondidas setas se desarrolla la tenacidad y afina la vista, virtudes para sortear los palos del eslalon de la existencia; útiles, sobre todo, cuando a uno le gustan las bajadas rápidas.

Déjenme hablarles de la magnificencia del agua, ya sea estática en un lago, tumultuosa en un torrente o cansina en el discurrir de un arroyo. ¡Qué bien se acomoda a cada circunstancia! Es un placer contemplar cómo la corriente de agua sortea los obstáculos para seguir rumbo al destino que le ha prefijado la geografía. Ahora rodea una gran roca, luego se desliza bajo un tronco atravesado en el cauce, más adelante salta por encima de unas ramas caídas. "Si la forma en que vives te molesta, cámbiala", escribió Wittgenstein. La frase -de profundo calado estoico- quizá se le ocurrió a la vista de un riachuelo paseando por los Alpes austriacos.

Uno merodea y disfruta en el bosque pero ¡atención! podemos perdernos. No deben penetrar inconscientemente en una arboleda que oculte toda referencia. Sin comerlo ni beberlo pueden encontrarse rodeados de un paisaje monótono sin saber de dónde han venido y a dónde deben dirigirse. Malo. Para pasear seguros en cualquier frondosidad, traten de orientarse. Pueden servir como referencia un sendero que cruzamos en zigzag, una corriente cuyo margen no perdemos de vista o un pico que se divisa a lo lejos. O si creen en el progreso, lleven un GPS; pero, sobre todo, no pierdan la orientación, que, a fin de cuentas, se resume en saber de dónde venimos y dónde vamos. Eso es lo más difícil.