Pasar de la indignación a la acción

RAFAEL VILASANJUAN

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Desde que el Estado Islámico declaró el califato hace un año, cuando tomó la ciudad de Mosul, su avance se anunciaba imparable. Habíamos conocido hasta entonces diferentes franquicias del terror, mas o menos conectadas a Al Qaeda, que iban dejando marcas de sangre en diferentes atentados esparcidos por el mundo, pero con la irrupción del Estado Islámico en Siria e Irak, la estrategia de los seguidores de Bin Laden caducó. Ya no bastaba sembrar el terror y apoyar a grupos radicales en diferentes países, había que conquistar territorio, crear un espacio propio y expandirse por Oriente Medio. Así nació el califato.

En un año la utopía se ha ido alimentando de un ejército de jóvenes desencantados por la falta de democracia y empleo en la mayoría de países árabes, o por la exclusión y marginación en Occidente. En un espacio tan amplio reclutar no es difícil, cada batalla y cada nuevo atentado les sirve para reivindicar que Dios está de su lado.

Cultura común

Un año horroroso, en cuya memoria se pueden contar todo tipo de atrocidades. Desde los rehenes degollados a los últimos atentados, el califato no ha cesado de buscar publicidad a partir de acciones atroces como las que este viernes impactaron en países de tres continentes. Es pronto para saber si estas últimas acciones estaban coordinadas, pero a medida que vamos conociendo detalles, parece mas evidente que comparten una cultura común. Masacrar es la única estrategia que les mantiene vivos. El califato había amenazado que el mes del Ramadán sería especialmente sangriento y ha cumplido.

Una manera salvaje de celebrar el primer aniversario, pero también la constatación de que el terrorismo islámico se organiza en torno a un único liderazgo que no tiene fronteras. Sería un error pensar que esta amenaza es ajena. Un año es suficiente para recuperar la historia y recordar que hay momentos que requieren pasar de la indignación a la acción. Acabar con la memoria atroz del califato es uno de ellos.