El turno

El pasado que se nos reescribe

MARÇAL Sintes

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El calendario, que es un convencionalismo como otro, nos empuja en estas fechas a hacer repaso, a mirar hacia atrás. Talmente como hacen el tendero o el fabricante, que revisan las cuentas para aclarar dónde han ganado y dónde han perdido, para saber cuál es la situación antes de encarar el año que llega. Por su parte, los medios de comunicación, los periodistas, evocan lo más destacable que como sociedad nos ha sucedido en los últimos 12 meses, escriben el borrador de la historia. No es que la historia no tenga nada que ver con la memoria, al contrario: a menudo la conexión es clara -piénsese por ejemplo en la crisis económica-, sino que está hecha de otros materiales y obedece a mecánicas de otro tipo.

La neurociencia nos ha enseñado que la memoria es el resultado de procesos psíquicos complejos, que hacen que nuestros recuerdos, buenos y malos, dulces y agrios, poco o mucho se aparten de lo que ocurrió en realidad. Los recuerdos van cambiando, van remodelándose, el pasado va reescribiéndose en nuestro interior. Así, dicen algunos expertos, cada vez que revisitamos un acontecimiento, cada vez que utilizamos un recuerdo, inevitablemente lo alteramos, lo modificamos, aunque sea solo un poco. La impronta del pasado que guardamos nunca es, pues, la misma. La historia interpela a la comunidad y pretende ser veraz, mientras que la memoria se define por su condición personal y subjetiva. Con frecuencia, además, la memoria funciona de manera muy difícil de comprender. No paramos de recordar cosas mínimas o insospechadas, y no sabemos por qué. A veces, además, combinamos recuerdos entre ellos, o mezclamos recuerdos con sueños sin darnos cuenta, en un pupurrí en eterno movimiento, y que solo podemos situar entre el caos y la magia. Como constató Cicerón, a menudo recordamos lo que no queremos y no olvidamos lo que querríamos. La memoria es indomable, no se deja someter.