Dos miradas

Pasado

EMMA RIVEROLA

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¿Qué edad tenían los estudiantes de intercambio que volaban en el Airbus? ¿Qué instituto de Llinars del Vallès les había acogido? ¿Cuántos de los pasajeros eran alemanes? Tenían. Había. Eran… De repente, el pasado. Un pasado insoportable. Absurdo. Imposible de asimilar. Sin transiciones ni tiempo para asimilar la pérdida. Sin ni siquiera un instante para despedirse, para respirar por última vez su olor, para mirarle a los ojos, para decirle cuánto le querías... Querías. Otra vez ese pasado irracional. Esa locura de tiempos verbales que el cerebro obliga a pronunciar, pero que el cuerpo se niega a asimilar. Quizá perdió el avión, quizá contra todo pronóstico pudo sobrevivir, quizá todo esto es una maldita pesadilla. El corazón inventa excusas, teje cuentos para protegerse de una realidad que no se puede afrontar. Para defenderse de una muerte que ha atacado por la espalda, a traición, sin permitir que la vida presentara combate.

Era mi hijo. Era mi novia. Era mi padre. Era mi amiga… Era. Un pretérito que el presente convierte en un vacío. Una ausencia que amenaza con tragárselo todo. Como todas las partidas inesperadas. Como todas las desapariciones sin un último abrazo. Un instante que se viste de soledad, de tristeza, de desesperación. Si pudiese volver a verle. Si pudiese correr atrás las manecillas del reloj. Si el tiempo no existiera. Ni tampoco ese instante. Ese que ya es pasado… Un pasado eterno.