Un equipamiento emblemático

El parque de los monos

El Zoo de Barcelona, que tiene casi 125 años, debe ser modernizado, no suprimido

Una niña cepillando el pelo de una de las cabras enanas de África occidental en el Zoo de Barcelona.

Una niña cepillando el pelo de una de las cabras enanas de África occidental en el Zoo de Barcelona. / periodico

RAMON FOLCH

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"No le falta","text":"\u00a0vinculaci\u00f3n ciudadana sino recursos, voluntad pol\u00edtica y comprender su funci\u00f3n"}}

Mi abuelo Josep me llevaba al "parque de los monos". Ni zoo, ni parque zoológico, ni ninguna otra denominación sofisticada: parque de los monos. Todo estaba siempre en el mismo sitio: el elefante, los leones, el hipopótamo... Y, desde luego, los monos. Hacíamos siempre el mismo recorrido y veíamos siempre las mismas bestias, amodorradas y tristes en sus jaulas vetustas, metáfora de la modorra y vetusta tristeza que dominaban aquella Barcelona gris de los años 40 y 50. Echaba cacahuetes a los monos. Sin mondar. La gracia era ver la habilidad con que lo hacían ellos. De vez en cuando, mondaba yo alguno y me lo comía. Los niños de entonces teníamos pocas golosinas. Alguna almendra garrapiñada, garbanzos tostados, cacahuetes... Excepcionalmente, un pedazo de coco. Me fascinaban los ponis. Me permitían montar uno solo excepcionalmente, porque había que pagar y esto era una severa limitación.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Llevamos 20 a\u00f1os\u00a0","text":null}}

Dar de comer a los animales estaba permitido. Más que permitido: estimulado. Los administradores del parque andarían cortos de recursos. Al hipopótamo le daba pan seco que traía de casa. La gracia era acertar el gaznate. La bestiaza cerraba la boca y deglutía el currusco resoplando. ¿Cómo hacía para no atragantarse? También había gallinas más o menos exóticas. Comían maíz. Se lo daba. Lo comprábamos en una granería porque salía más barato que en los puestos del parque. En el zoo aprendí observando los animales. Y también administrando  recursos: pan seco, maíz barato, cacahuetes compartidos... En el zoo comenzó mi aprendizaje vital. Lo recuerdo con tierno agradecimiento.

Escribí los párrafos precedentes hace tiempo, con motivo del 120 aniversario del Zoo de Barcelona. Me temo que muchos comentarios precipitados que se han oído últimamente desconocen esta tan larga trayectoria. O equivocan el momento histórico y creen que aún tenemos aquel parque de los monos de mi infancia. De eso hace 60 años. Como todos los zoológicos modernos, nuestro zoo no tiene gran cosa que ver con aquel mustio parque de los años 50 del siglo pasado. Hay zoos que aún son como el nuestro de entonces, es cierto. Por eso hay que terminar con ellos, en efecto. Pero no es este el caso de los zoos del siglo XXI.

Medio siglo atrás, pocas eran las especies de vertebrados en peligro de extinción; hoy hay cientos. Los zoológicos eran lugares de simple exhibición de animales, en ellos no se hacía investigación, ni se llevaban a cabo actividades educativas y, por supuesto, no se practicaba la conservación 'ex situ' de especies amenazadas; hoy, sí. Los animales malvivían enjaulados, recluidos en ambientes pequeños y nada saludables; hoy, no. Un zoo moderno es otra cosa. La mejor manera de acabar con lo que pueda quedar de aquella concepción anticuada e inaceptable es modernizar las instalaciones, no cerrarlas: ¡qué disparate! Sería como prescindir de un hospital en vez de renovar sus quirófanos obsoletos.

En el año 2000, el Ayuntamiento de Barcelona decidió abordar la modernización que el Zoo necesitaba y crear  instalaciones para fauna acuática, mayormente marina, ubicadas en una plataforma de nueva construcción en la Zona Fòrum. La plataforma, unas 10 hectáreas ganadas al mar, se hizo; alla está. A través de Barcelona Regional, los proyectos de las diferentes instalaciones se concursaron, encargaron y redactaron; allá están.

En el 2009, entre varias opciones posibles, el ayuntamiento se inclinó por mantener en la Ciutadella la gran fauna terrestre (en espacios más grandes, liberando tres hectáreas para ampliar el parque público y dar continuidad al Passeig Lluís Companys hasta la Barceloneta) y reformular la idea del zoo marino en la plataforma del Fòrum. Mi estudio recibió el encargo de redactar el relato expositivo y la prefiguración museográfica de las nuevas instalaciones; lo hicimos y allá están.

Al Zoo de Barcelona, pues, no le falta trayectoria, ni vinculación ciudadana (cada año recibe más de un millón de visitantes), ni solvencia técnica, ni reconocimiento internacional, ni proyectos de futuro. Le faltan recursos económicos y voluntad política. Le falta comprensión de sus posibilidades reales y reconocimiento del rol social y científico que tiene y puede tener. Los diversos proyectos ya redactados en los últimos 20 años garantizan las buenas condiciones de vida para los animales, la función científica y el goce pedagógico y de ocio para la ciudadanía. Quizá convendría empezar por rescatarlos y leérselos.