El parecido, una invención moderna

JUAN VILLORO

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“Si un policía nos detiene por una infracción y nos pide la licencia de conducir o el documento de identidad, se espera que nos parezcamos a la foto, no que la foto se parezca a nosotros”, escribe el fotógrafo siciliano Ferdinando Scianna en 'El espejo vacío', extraordinario ensayo sobre fotografía, identidad y memoria publicado por la Universidad de Valparaíso.  

La sociedad moderna se define por un peculiar desplazamiento: no es la persona la que determina la identidad sino su imagen. Esto se agravó con el 11 de septiembre de 2001. En los aeropuertos norteamericanos, somos terroristas potenciales a los que se absuelve cuando un ojo eléctrico retrata nuestro iris.

Las fotos 'oficiales' nunca nos favorecen. Aparecemos desvelados, incapaces de emoción alguna, la cara de quien tiene miedo o ya se cansó de cruzar fronteras. Nuestra imagen 'identitaria' carece de temperamento. Por ello, ciertos países piden al ciudadano que describa alguna peculiaridad física -la mancha de nacimiento, el lunar delator, la cicatriz inconfundible-, demostrando que a veces una frase dice más que mil imágenes.

El retrato como certificado de existencia coexiste con la marea de imágenes que la gente hace de sí misma. En el carnet de conducir, la foto tiene una función notarial; en las 'selfies', adquiere otra condición, la del momento compartido. Ahí el fotógrafo y el modelo son la misma persona, pero esto no profundiza la personalidad ni duplica los rasgos de carácter; por el contrario, la 'selfie' afirma 'estoy aquí'; pone énfasis en el sitio, la compañía o el episodio retratado. Prestamos nuestra cara al acontecimiento para confirmar que fuimos sus testigos. En forma sugerente, Scianna afirma que ha nacido el “Zelig de masas”. La diferencia con la película de Woody Allen es que ahí el personaje que se mimetiza con las más diversas circunstancias es único, un insólito infiltrado en la historia; en cambio, ahora todos somos Zelig.

Mientras la justicia exige que nos parezcamos a la foto, las imágenes que tomamos de nosotros mismos nos vuelven comparsas de la realidad. “Estoy aquí”, dice la 'selfie', subrayando que lo importante no es el rostro sino el lugar y el tiempo en que aparece.