La rueda

El papel de los diarios de papel

RAMON FOLCH

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Todo el mundo aspira a un buen papel en la vida. Es una figura retórica, claro. Durante siglos hemos escrito sobre papel. Por metonimia, el soporte acabó designando el contenido. Hacer un papelón o perder los papeles son otros tropos de uso común. Pero hoy escribimos electrónicamente. Los contenidos flotan en la nube del ciberespacio, a lo sumo permanecen invisibles en algún disco duro o lápiz de memoria. El papel ha perdido papel.

Antaño, los grandes proveedores de papel doméstico eran los diarios. Con papel de periódico se envolvían objetos y bocadillos, las mujeres extendían diarios por los suelos tras fregar (sí, las mujeres: los únicos hombres que fregaban eran los marineros) y el papel higiénico eran hojas de periódico cortadas en rectángulos que se colgaban en excusados y retretes. Con papel de periódico, los tenderos hacían cucuruchos a modo de bolsa. Me recuerdo a mí mismo releyendo distraídamente, en momentos y situaciones varios, esos fragmentos de diario difunto.

Todo eso se acabó. Los diarios tienen ahora ediciones electrónicas, sin ediciones impresas a veces. Inefablemente, las versiones electrónicas comenzaron siendo gratuitas. Eran un obsequio que se permitían los editores. Hasta que un buen día el papel dejó de venderse. Hubo que restringir el acceso a las versiones electrónicas, claro. O las compras, o te quedas sin. Algunos protestan. Sorprendente.

Internet, en pocos años, ha conseguido que el mundo parezca gratuito. Es espléndido que muchas personas cuelguen en la red documentos de libre acceso, pero el trabajo profesional ha de pagarse. Eso, o veremos cómo se degrada rápidamente, falto de dedicación, rigor y criterio. La publicidad no basta, los valores añadidos deben contraprestarse. Cuando nadie pague nada, los periódicos volverán a los retretes. No valdrán para otra cosa.