ANÁLISIS

¿Pánico o cansancio?

ANTONIO SITGES-SERRA

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Preguntada Luz Casal por el asunto en el Chester de Risto Mejide el domingo, respondía: «Si pudiera, borraría las dos horas que preceden a un concierto, aun a sabiendas de que perdería tiempo de vida». Y lo decía una veterana de los escenarios. Y es que, quien más quien menos, todos aquellos que tienen profesiones que exigen dirigirse frecuentemente a una gran audiencia han experimentado algún síntoma de pánico escénico.

El miedo al escenario no solo es propio de los cantantes. Los médicos somos asimismo un grupo de riesgo. En un congreso internacional de cirugía, un colega  sufrió tal ataque de verborrea que el moderador de la sesión le apagó el micrófono y le hizo abandonar el podio. Yo mismo recurrí en algún caso al perfecto Sumial® para paliar los síntomas del exceso de adrenalina antes de una oposición o una conferencia en inglés.

También a los intérpretes de música clásica les da ocasionalmente el telele antes de salir a escena. Saben que pueden quedarse en blanco o cometer algún error. El caso más emblemático es el de Glenn Gould, el más afamado intérprete de Bach al teclado, un genio del piano y un fino crítico musical. Cuando escuchamos una de las Suites Inglesas o el Aria Goldberg, por ejemplo, uno se pregunta si realmente existe un instrumento entre la habilidad de Gould y la claridad del sonido que consigue. Pues bien, a  los 32 años, en el apogeo de su carrera como concertista, el domingo de Pascua de 1964, Gould decide no volver más a los escenarios. Si traigo su caso a colación es porque el virtuoso músico justificó su retirada con astutos argumentos que, miedo aparte, tienen su enjundia. Léanlos hipercondensados y precisados con algunas aportaciones propias.

SBltSobre el escenario, el creador-intérprete se siente como una fiera domada o un gladiador en el circo, víctima del curioseo de un auditorio sádico ansioso por detectar una nota en falso (como espera el público que el león se coma al domador).

SBltLa masa vociferante deja de impresionar al artista. Ya no necesita el aplauso insistente. Se siente más cómodo, más creativo, en el estudio de grabación o en la intimidad de una emisora de radio.

SBltEl aburrimiento. El protagonista ya ha cantado demasiadas veces la misma canción o ha interpretado infinitas veces la misma obra de teatro o ha repetido 30, 40 o 60 veces el mismo concierto en una gira agotadora.

SBltEl cuerpo no aguanta más las descargas adrenérgicas. Muchos artistas se alojan en cuerpos delicados y no siempre bien cuidados. La hipocondría es fiel acompañante del genio creador.

•El acto de amor entre artista y oyente ¿no se da mejor en la intimidad, como cualquier otro acto de amor (coito, oración, poesía)?

Ya ven ustedes que, como Gould, soy profundamente antipsicologista y personalista. En el trasfondo del pánico escénico están la tiranía de los fans, la explotación inmisericorde del talento y la necesidad de ganarse el pan cada día en un mundo cada vez más pirateado y exigente.