Panamá y el arte de la imprudencia

Putin (derecha), junto a Sergey Roldugin, amigo íntimo del presidente ruso, en noviembre del 2009.

Putin (derecha), junto a Sergey Roldugin, amigo íntimo del presidente ruso, en noviembre del 2009. / periodico

ALBERT SÁEZ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Baltasar Gracián escribió un magnífico manual de management político y empresarial con un título inigualable: El arte de la prudencia. Se trata de un manual para dirigentes que quieren perdurar: mandar no significa hacer lo que quieres sino determinar qué puedes hacer. El poder cuando es más democrático y horizontal tiende a ser menos arbitrario y, en consecuencia, tolera peor las estructuras de impunidad. Lo que vamos leyendo en los llamados papeles de Panamá desvela simplemente que demasiados dirigentes viven en un mundo que ya no existe, en el cual el poder basaba su ejercicio en la opacidad amparada en las dificultades para ejercer el control democrático. Desde infantas reales hasta presidentes de Gobierno, pasando por estrellas del cine progre y cracks del fútbol, todos pensaban que el pase VIP para acceder a Panamá les ponía a resguardo de la mirada de sus conciudadanos y aún más del escrutinio de los periodistas. Se sentían suficientemente seguros para abrir o cerrar cuentas el día que empezada o acababa un reinado y para hacer campaña para impagar la deudas que no habían perdonado.

Esta investigación periodística no es solo el resultado de una oportuna filtración, como casi todas las historias de este tipo, sino también de la capacidad que tenemos en la era digital de procesar los datos y de seguir las interconexiones de manera global. La generosidad de los receptores de los papeles originales y su apuesta por el slow journalism ha permitido multiplicar el impacto de esa información, aumentar exponencialmente su rigurosidad y generar un efecto multiplicador sobre los autores de esas prácticas de elusión fiscal a gran escala.

Esas élites han gobernado desde la imprudencia, sin pararse a pensar si podían hacer lo que hacían. Sin darse cuenta de que sus ordenadores y sus móviles iban almacenando datos que un día, puestos de relieve, les dejarían en evidencia, les delatarían, les denunciarían. Pensar que Gran Hermano empezaba y acababa en Guadalix de la Sierra es una ingenuidad muy imprudente.