Dos miradas

Palabra

JOSEP MARIA FONALLERAS

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La resurrección es volver a hacer funcionar el péndulo que alguien había detenido. Es reconstruir la esperanza cuando nadie creía en ella, cuando se percibía no solo como algo alejado sino como imposible, motivo de escarnio. La resurrección es una implicación con lo desconocido, la idea ingenua pero productiva -a veces lo es- del loco que es desterrado del mundo porque confía en el poder de la palabra. Contra la evidencia de la naturaleza, la contundencia de la poesía. No hay resurrección como la de Ordet (La Palabra), el legado místico de Dreyer. Mientras Inger yace muerta en la habitación, su hija Maren pide a Johannes Morten, que se cree Jesucristo, que la resucite. Él, imponente y contenido, dice: «Dame la Palabra, la Palabra que puede devolver la vida a los muertos». No hay fuegos artificiales ni efectos especiales. Inger abre los ojos y el pequeño de los Morten se acerca al reloj y empuja de nuevo el péndulo para que vuelva a fluir el tiempo. Lo escribe Carner, también, en el despertar de Jonás después de haber estado tres días en el interior de la ballena: «Enfora de greus agonies / jo em veia al gran aire llençat, / del clos de la fosca tornat». Y lo repetía García Márquez en su discurso de aceptación del Nobel: «La poesía es la permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte».

La resurrección es, como dice Mikkel Borgen, «una nueva vida que comienza para nosotros». Infantada por la confianza en la magnífica sencillez del verbo.