Los jueves, economía

Paisaje después de la batalla

Grecia ha calculado mal las fuerzas y ha salido claramente debilitada del pulso con la troika

JOSEP OLIVER ALONSO

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Finalmente, el acuerdo con Syriza. Pero donde dije digo, digo Diego. No a la subida de pensiones ni del salario mínimo. No a revertir las privatizaciones. Sí a la reducción del gasto público central. Sí a la vinculación, en el sector público, de aumento de salarios y de productividad. Sí al acceso universal a la sanidad, pero controlando su gasto. Sí a la reforma de la seguridad social, pero para reducir jubilaciones anticipadas, en especial en el sector financiero y el público. Sí a reforzar la relación entre pensiones y aportaciones. Sí a la lucha contra la corrupción, el contrabando de tabaco y petróleo, el blanqueo de dinero y el fraude fiscal. En suma, una política claramente reformista. Pero que aún precisa muchas concreciones.

¿Y respecto de otras cuestiones fundamentales? Dado que este listado era un requisito imprescindible para extender el rescate cuatro meses, nada se ha avanzado en lo sustancial: reducción de la deuda pública y/o disminución de las exigencias de superávit primario (saldo del presupuesto antes de intereses a pagar). Además, los principios son los principios, y, pese a Tsipras y Varoufakis, ha tenido que ser la troika (ahora la llaman «las instituciones») la que ha sido consultada para dar el visto bueno al programa de reformas.

Pero no se confundan con lo pactado. El FMI de Christine Lagarde y el BCE de Mario Draghi, dos miembros junto a los estados de la UE de la troika de acreedores, han advertido de que aceptan este difuso catálogo porque el nuevo Gobierno griego no ha tenido más tiempo. Pero que las concreciones deben llegar de inmediato. En el caso del BCE, Draghi apunta que algunos de los compromisos anteriores han desaparecido, y no queda claro si las nuevas propuestas los mejoran. Habrá que verlo. Lagarde, por su parte, ha enfatizado la ausencia de obligaciones específicas sobre la reforma de pensiones y el IVA, y la nebulosa sobre el futuro de políticas pactadas anteriormente, como las de abrir sectores a la competencia, continuar con la reforma laboral o con las privatizaciones. Finalmente, el mismo Eurogrupo que preside Dijsselbloem, aun aceptando las propuestas griegas, no ha dejado de señalar que falta medir su alcance real. En suma, se han ganado cuatro meses. Pero solo para proseguir duras discusiones para definir qué se pretende en concreto.

¿Cómo ha quedado el campo de batalla tras esta escaramuza? Para el nuevo Gobierno griego, los resultados no han sido positivos. El país ha perdido unos 20.000 millones de euros en depósitos que han huido ante lo que podía terminar en un corralito, como sucedió ya con Chipre. Y se ha reducido sustancialmente la confianza sobre la capacidad de Syriza para gestionar una situación tan compleja interna y exteriormente. Por si ello no fuera bastante, se ha frenado el modesto crecimiento del 2014, que permitía anticipar un aumento de los ingresos fiscales. Y desde noviembre la recaudación impositiva ha caído con fuerza, con lo que el debate de qué hacer con el superávit primario puede acabar como el rosario de la aurora. Quizá simplemente sin superávit sobre el que discutir. Con todo ello se aleja el posible retorno de Grecia a los mercados, algo que parecía al alcance de la mano hace pocos meses. Y para añadir más presión, en el centro y norte de Europa se ha extendido la tesis de que la salida griega del euro tampoco sería tan catastrófica. En suma, la posición griega hoy se ha debilitado sensiblemente. En cierto sentido, recuerda la de España en 2011-2012. Aquí también estábamos recuperándonos de la primera fase de la crisis. Y aquí también, por mor de un calendario electoral enloquecido, se dejó la casa sin barrer. Y las fugas de capitales y la nueva recesión fueron sus inevitables consecuencias.

Además, se ha explicitado una manifiesta incapacidad, en especial de Varoufakis, para conseguir aliados en el Eurogrupo. No solo no ha obtenido la benevolencia de Francia e Italia, sino que ha provocado un cierre de filas, un tanto insólito, alrededor de Alemania. Quizá les habría ido mejor de haber planteado un debate más modesto, centrado en los negativos efectos sobre el crecimiento de un exceso de austeridad. Ahí hubieran encontrado aliados. Pero ya se sabe, lo mejor es enemigo de lo bueno.

Tras este primer choque llegarán otros, de mayor enjundia. Y todo apunta a un compromiso que, sin alterar nada sustancial, deje más margen de maniobra fiscal. Pero hoy y para los griegos, el paisaje después de la batalla, tomando prestado el título del filme de Wajda (1970), es desolador. Cuando se apuesta fuerte y se lanza un órdago como el de Syriza, hay que medir exactamente con qué fuerzas se cuenta. No parece que ese haya sido el caso de Varoufakis y Tsipras. Los resultados están ahí.