En un país normal sería un escándalo

SAÜL GORDILLO

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En un país normal el edificio de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones (CMT) en el 22@ de Barcelona sería declarado monumento al despilfarro y al federalismo fallido. Cuando José Montilla era ministro de Industria con José Luis Rodríguez Zapatero, decidió instalar la CMT en Barcelona, en un intento descentralizador que el Gobierno de Mariano Rajoy se ventiló en el primer minuto de su mandato. Lejos de concentrar en Barcelona las sedes de los organismos reguladores del Estado, Rajoy resolvió la «anomalía» de un cuerpo del Estado en territorio catalán. Ni Senado, viejo sueño federalista de Pasqual Maragall, ni CMT. El Gobierno del PP no se anda con chiquitas, y acaba de convertir la CMT en una dirección general fuera de la capital española -recuerden la frase de Esperanza Aguirre «antes alemana que catalana»- con un centenar de trabajadores en un edificio con capacidad para 900. Ayer se cumplió el tercer aniversario de la inauguración de la sede, que costó nada más y nada menos que 62,5 millones de euros. Estamos hablando de 12.000 metros cuadrados. En tres años la inversión se ha ido al garete, la semana pasada los consejeros celebraron su última reunión en Barcelona y, federalistas descentralizadores bienintencionados, si os hemos visto no nos acordamos.

El máximo grado de descentralización que ha tolerado la España más plural y progresista hasta la fecha, que fue la de ZP, sirvió para construir el edificio de la CMT, inaugurado el 6 de octubre del 2010 por Montilla ya como president, el ministro Miguel Sebastián y el alcalde Jordi Hereu. Y punto pelota.

El gran Jordi Évole puede actualizar su reportaje de los aeropuertos sin aviones incorporando el edificio zombi. Ironías de la vida, se le llamó «edificio sostenible».