La encrucijada catalana

Un país normal

Catalunya debe superar la caricatura malintencionada que la presenta como un lugar de excéntricos

MURIEL CASALS

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Catalunya es un país de gente normal. Un territorio formado por hombres y mujeres con ideas, sentimientos y maneras de afrontar la vida muy diversas, como ocurre en todo el mundo. Pero Catalunya es también un colectivo humano que se sabe y se siente nación. Esta realidad se expresa con un fuerte activismo popular y también en la composición del Parlament.

Tras la sentencia del Estatut del 2010, muchos catalanes tomamos conciencia de que algo fallaba en las relaciones con el Estado porque aquella decisión no era propia de un país normal. Tampoco lo era la falta de respuesta del Estado para un trato fiscal más justo o los ataques a nuestro modelo educativo, que con tanto consenso hemos construido durante años. Fruto de todo ello, la mayoría social del país se ha movido hacia un nuevo consenso que se sitúa en torno al derecho a decidir el futuro colectivo de Catalunya.

La legalidad internacional ampara los grandes principios democráticos y las opiniones públicas más instruidas son capaces de discernir entre reivindicaciones legítimas, abusos totalitarios o reivindicaciones tan comprensibles como sea necesario pero minoritarias. En el caso de Catalunya, las evidencias son irrebatibles. Una parte del mundo ha entendido que los catalanes somos un caso «diferente», «peculiar». Tan «diferente» y «peculiar» como todos los demás. El mundo ha comprobado la fuerza popular con la que expresamos nuestras reivindicaciones y conoce hasta qué punto este anhelo nacional se expresa a través de una mayoría parlamentaria. La evidencia es hoy tan fuerte que finalmente ha activado los mecanismos de defensa internos y externos del Estado español. Partidos políticos, medios de comunicación e instituciones del Estado han empezado a moverse para rechazar el derecho a la autodeterminación del pueblo catalán. Presentan a los catalanes como unos excéntricos que no tenemos razones y que mantenemos pretensiones contra la evolución normal del mundo.

En Catalunya hay suficiente fuerza social, política e institucional para superar esta caricatura malintencionada. De hecho, uno de los valores de nuestra sociedad, de lo que Paco Candel definía tan sabiamente como «un solo pueblo», es haber sido capaces de convivir desde la pluralidad ideológica, cultural, social y lingüística. Así debemos entenderlo todos: ciudadanos, organizaciones sociales e instituciones políticas. Los catalanes somos «normales» porque reivindicamos, desde una realidad que lo justifica, los mismos derechos sobre los que se han constituido Portugal, EEUU o Eslovaquia. Constituirse en Estado es válido hoy como en cualquier otro momento de la historia. Sobre la mentira interesada de un pueblo «nacionalista», los catalanes nos queremos mostrar más razonables, abiertos, solidarios y partidarios del progreso que los que nos niegan el derecho a ser tan libres como ellos.

El tono festivo y lleno de ilusión  de la Via Catalana expresa claramente que este anhelo no va en contra de nadie. Lo decía el president de la Generalidad la semana pasada: «Catalunya quiere a España, pero ya no confía en el Estado español». Una mayoría de ciudadanos se sienten tan catalanes como españoles y este sentimiento es totalmente compatible con la voluntad de crear un nuevo país.

Es necesario que reivindiquemos la normalidad que ha hecho el mundo más justo. Somos normales porque nos comunicamos con naturalidad en catalán y en castellano. Somos normales porque queremos una sociedad de identidades y lenguas múltiples donde todos se sientan respetados y donde el catalán sea la lengua de encuentro. Somos normales porque queremos instituciones estatales propias, pero insertas en instancias mucho más amplias, como la Unión Europea. Somos normales porque no ponemos trabas ni limitaciones a la comunicación entre territorios vecinos que comparten lengua y cultura. Somos normales porque queremos controlar nuestra fiscalidad y distribuir los ingresos con criterios razonables que no perpetúen situaciones de subvenciones estériles. Somos normales porque queremos una democracia más próxima, transparente y participativa en la que sea más difícil actuar corruptamente. Somos normales porque aspiramos a una nueva oportunidad como colectividad que permita reinventarnos.

Somos normales porque queremos impulsar una política de infraestructuras que revierta en el progreso de la sociedad y no esté basada en criterios artificiales de dominio territorial. Somos normales porque queremos un poder judicial independiente del legislativo y no subordinado al ejecutivo. Somos normales porque queremos vivir alegremente y en paz la convivencia con nuestros vecinos sin imponerles nada. Somos normales porque creemos en los valores democráticos por encima de principios sagrados y porque hemos hecho de estos valores la esencia de nuestra identidad. Porque queremos la ley al servicio de las personas y no las personas al servicio de la ley.

Somos normales a pesar de quienes nos quieren hacer pasar por extravagantes ante los ojos del mundo. Somos un pueblo normal y aspiramos a tener un país normal. Presidenta de Òmnium Cultural.