La clave

El país de las derrotas

No me atreví a decirle entonces que la crispación política y la fractura social no acabaron el 21-D. Esto va para largo

El hemiciclo del Parlament de Catalunya, vacío.

El hemiciclo del Parlament de Catalunya, vacío. / periodico

LUIS MAURI

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Mi amiga M. perdió todo el equipaje de su vida en un incendio. En octubre, las llamas destruyeron el piso de Barcelona donde vivía con su hija. El día siguiente, devorada por un vacío glacial, M. inició una odisea odiosa. Buscar cobijo para ella y su hija. Comprar ropa. Objetos de aseo. Gafas. Ordenador. Teléfono… Entablar fatigosos trámites burocráticos con la compañía de seguros, con el ayuntamiento. Descubrir con pesar y rabia que uno nunca está tan amparado como creía, ni por el sector público ni por el privado.

Dos meses más tarde, poco después de las elecciones, M. trataba de confortarse con un trago de ironía: «Todo este trajín al menos ha tenido la virtud de mantenerme apartada de la locura política del país». No quise privarle de ese consuelo, asentí y callé. No me atreví a decirle entonces que la crispación política y la fractura social no acabaron el 21-D. Esto va para largo. 

Casi todos los actores políticos perdieron el 21-D. Y los pocos que ganaron algo no pueden echar las campanas al vuelo. ERC ha fracasado en su asalto a la hegemonía del nacionalismo catalán. El PDECat ha quedado preso de un líder que puede acabar fagocitándolo. La CUP ha perdido el 60% de sus diputados. El PP, principal derrotado, carece ahora de toda relevancia parlamentaria. El PSC ha quebrado sus expectativas de crecimiento tras una década negra. Los 'comuns' no han logrado ser decisivos en la Cámara. El independentismo no ha ampliado su base y no dispone de fuerza más que para regresar a la senda autonomista. El catalanismo ha cedido por primera vez desde 1980 la primera posición del podio a un partido anticatalanista.

Victorias estériles

Puigdemont le ha doblado el pulso a Rajoy, a Junqueras y a su propio partido. Y Ciutadans ha ganado las elecciones. Pero ni el primero, huido de la justicia, ni el segundo, carente de aliados, podrán gobernar. Victorias estériles.

Y Catalunya, con su autogobierno capado, es un país más dividido, estresado, afligido y malhumorado que nunca en las últimas décadas.

Debo decírtelo, M., no te vas a librar de esto.