Al contrataque

¡Pagamos a dos gobiernos!

XAVIER SARDÀ

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Como dice la canción, "harto ya de estar harto ya me cansé". Si nos planteamos el inmenso lío político del país como meros contribuyentes, se nos pueden contrapuntear las meninges. Con nuestros impuestos pagamos a dos gobiernos que andan combatiendo enemistados. Pagamos a dos gobiernos que se esconden tras las togas de jueces y fiscales haciendo muecas grotescas a sus electorados. Pagamos a dos gobiernos que mediatizan a sus 'medios' para lograr ganar enteros. Pagamos a dos gobiernos que exigen fidelidad incondicional en sus argumentos para deslegitimar al otro. Pagamos a dos gobiernos cuyos presidentes son incapaces de comunicarse. Pagamos a dos gobiernos que están creando una toxicidad social difícilmente reversible. Pagamos a dos gobiernos que se han retroalimentado en base a cuestiones identitarias y etnocentricas. Pagamos a dos gobiernos con la sede de sus partidos embargadas judicialmente o reformadas con dinero negro, y con tesoreros imputados. Pagamos a dos gobiernos que recortan sin rubor ni decoro. Qué dineral... ¿Podemos?

El placer del castigo

Hay pesadillas sadomasoquistas. En el sueño, nuestro protagonista busca el placer singular que le proporciona el castigo:

--¿Quién ha sido?

--Si buscáis culpable, ¡he sido yo!

Vamos, que nuestro hombre acepta con satisfacción el orden impuesto y los métodos correctivos utilizados para mantenerlo.

--Si buscan al responsable, ¡aquí me tienen!

Nuestro hombre desea fervientemente paladear el dolor/sabor metálico que le proporcionarán los jurisconsultos fustigantes. Busca el castigo ya sea por la sensación de orden, sea por el abandono temporal de las propias responsabilidades, sea por la reproducción y liberación de experiencias infantiles traumáticas, sea por factores de intensa excitación sexual o sea por puro protagonismo desmedido. Implora su correctivo con el secreto deseo de alardear cuanto antes del castigo. Aprendiz de masoquista y alumno aventajado de Lawrence de Arabia o el Lancelot de las leyendas artúricas.

Como los que tienen que impartirle el denigrante castigo son seguidores del marqués de Justine, se niegan en principio al fustazo para no proporcionarle fruición. Amagan con el látigo pero le privan del estertor y el deleite. Otros se suman a la autoinculpación para sentirse coprotagonistas de tan histórico momento y esperar también su cuota del 'ponte que te doy'.

Finalmente llega la anhelada represalia con su potencial penitencia. La catarsis asciende a su punto culminante sin que sepamos quiénes son los humillados y quiénes los humillantes, siendo así que todos pregonan que el contrario es falsario y prepotente. Pesadilla de la que no es fácil despertar.