La clave

Pablo Iglesias se hace mayor

JUANCHO
Dumall

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Del mismo modo que Felipe González dejó de ser definitivamente el compañero Isidoro cuando se fumó unos pitillos en la Moncloa junto a Adolfo Suárez para pactar las líneas rojas de la transición, Pablo Iglesias abandonó ayer la adolescencia política en ese mismo escenario. El líder de Podemos, que tuvo aún el postrero detalle juvenil de regalar al presidente Rajoy un libro de Antonio Machado, con larga dedicatoria, entró en la alta política por la misma escalinata que lo han hecho los dirigentes que han marcado la historia de la democracia española.

Iglesias ha accedido al selecto club de los llamados por Rajoy en un momento difícil -crítico, dicen otros- para dar una respuesta a la declaración de independencia/desobediencia de Junts pel Sí y la CUP. Y ha sabido aprovechar la oportunidad para marcar perfil propio. No solo en las formas -pantalón tejano, camisa remangada-, sino también en el fondo. Pese a la cercanía de las elecciones legislativas en las que la defensa del derecho a decidir de los catalanes puede penalizar a Podemos en muchos lugares de España, Iglesias fue contundente en la defensa de un referéndum de autodeterminación y el reconocimiento en la Constitución de la realidad plurinacional del Estado. Y aún fue más allá al denunciar el inmovilismo, tanto de Artur Mas como de Rajoy, al recuperar un término de los tiempos de Isidoro: el bunker. Una fortificación subterránea a prueba de bombas... y de diálogo.

El mensaje de Podemos en estos días convulsos no puede ser más claro: «Si ganamos, los catalanes podrán votar. Y no tengo ninguna duda de que querrán quedarse». Su apuesta es la de presentarse como «el partido del diálogo», frente a los tres «partidos del inmovilismo».

No al frentismo

Lo que hizo ayer Iglesias en la Moncloa, aparte de hacerse adulto como político, es expresar que el llamado problema catalán no tiene por qué ser abordado en Madrid desde una perspectiva única. El mérito de Podemos es haberse salido del frentismo con el que la Moncloa le tentaba para mantener una posición propia en un momento inflamado y con las urnas a la vista.