La clave

Oxígeno para Ada

Colau y Carmena.

Colau y Carmena. / periodico

ALBERT SÁEZ

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Algunos energúmenos de las redes sociales zurraron este lunes de lo lindo a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. «Vergüenza de estado aquel q celebra un genocidio, y encima con un desfile militar q cuesta 800mil €! #ResACelebrar #ResistenciaIndigena» escribió en su cuenta de Twitter. La mayoría de las respuestas entendieron que se refería a la fiesta nacional del 12-O. Algunos, pocos, adujeron argumentos historicistas: «España fue la primera nación que legisló en favor de los indios con las leyes nuevas de 1542 pero la ignorancia es muy atrevida». Los más, usaron razonamientos ad hominem como denunciaba este domingo Xavier Sardà: «Cateta no hubo tal genocidio»; «Y yo Cm Catalana, Barcelonina y vecina tuya d Eixample, me avergüenzo de ti. Anda y lávate el pelo marranota»; «La vergüenza es ser una indocumentada cobrando 84.000€». Fueron algunas de las lindezas que le dijeron un reducido ejército de anónimos.

Lo fácil para Ada Colau sería escudarse en esos pocos que perdieron las formas para rehuir el debate que ella misma plantea. Lo fácil sería decir que quienes la insultaron y quienes presidieron la fiesta nacional en Madrid forman parte de la misma fratría que diría Felipe González. Sería engañarse. En realidad forman parte de la misma hermandad que cose a bofetadas al propio Sardà y a tantos otros: la de la imbecilidad.

Crímenes legales

Las redes hacen más horizontal la comunicación pública. ¿Significa ello que cualquier individuo es automáticamente representante del colectivo con el que se identifica? El problema no empieza en las redes sino que simplemente se amplifica. Hace lustros que los comités antiviolencia del fútbol, por ejemplo, no dan igual valor a los improperios de un aficionado que a los de un directivo o de un jugador. Algo similar deberíamos hacer con las patrias y las fratías. Tan injusto es titular «acoso español en las redes a Ada Colau» como inferir «el independentismo amenaza a Joan Manuel Serrat». Con los tiempos que vienen es mejor que nadie pierda el quicio. Es la manera de exigir a unos que respeten la legalidad y a otros que abjuren de los crímenes que un día fueron legales.