Editorial
Otra vez Rodalies, otra vez Adif
En enero de este año, cuando se cumplían los cinco primeros del traspaso del servicio de Rodalies a la Generalitat, ya hicimos un balance poco satisfactorio. Recordábamos que la infraestructura seguía con enormes carencias, fruto de años de olvido, cuya solución dependía de la voluntad inversora del Ministerio de Fomento y del gestor Adif, ajenos al control del Gobierno catalán, que a su vez debe lidiar con Renfe, la concesionaria del servicio. Un galimatías competencial. Ayer, una vez más, unos 80.000 usuarios de Rodalies y la red regional catalana se vieron sumidos en un impresionante caos antes de las ocho de la mañana porque se había producido un fallo general en el centro de control de tráfico que Adif tiene en la estación de França. No es la primera vez que el sistema cae, aunque en otras ocasiones el fallo no se había producido en hora punta. Al día aciago hubo que sumar, por circunstancias ajenas a este problema , una avería en un AVE y otra que afectó a las líneas 9 y 10 del metro. El presidente de Adif, Gonzalo Ferre, al que la Generalitat no puede pedir explicaciones porque depende de Fomento, ha echado las culpas al responsable del software del sistema de control -la empresa Schneider Electrics-, que ya acumulaba otros fallos que nadie se había molestado en resolver.
Se ha hablado mucho de los puentes que contra viento y marea mantienen abiertos la ministra de Fomento, Ana Pastor, y el 'conseller' de Territori, Santi Vila. Sin duda es una actitud a elogiar cuando el diálogo brilla por su ausencia, pero si la sintonía no se concreta en hechos, si las inversiones no llegan, si sigue siendo prioritaria una red de AVE ruinosa y deficitaria, las buenas maneras no bastan.
No estaría de más recordar ahora que las primeras muestras de indignación y desafección catalanas con carácter masivo tuvieron como eje el deterioro de las infraestructuras y el caos que generó la llegada del AVE a Barcelona. El 1 de diciembre del 2007, más de 200.000 personas salieron a la calle para mostrar su indignación. Desde entonces ha llovido mucho, han pasado muchas cosas y la brecha se ha ido ensanchando. Si nadie ha hecho nada por enderezar las situación política general, parece que tampoco nadie está dispuesto a resolver los problemas que afectan al día a día de decenas miles de personas. Que nadie se extrañe entonces si la indignación y el hartazgo siguen creciendo.
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