Editorial

Otra pesadilla ferroviaria

La nueva jornada de caos en Rodalies revela otra vez las carencias del sistema y colma la indignación popular

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Mientras se agotan los adjetivos, crece la indignación por el enésimo incidente en la red ferroviaria de Rodalies de Catalunya. En plena hora punta de desplazamientos matinales, Barcelona se quedó durante horas sin trenes y sin una de sus principales líneas de metro debido a un fuego originado en una estación en desuso donde se acumulaba gran cantidad de basura y cuyo mantenimiento corresponde a Adif. Ha querido esta vez el azar que la incidencia se registrara el mismo día en que se reunía la comisión mixta Generalitat-Renfe, a la que el conseller Josep Rull acudió con un nuevo e inesperado argumento en defensa de la permanente reivindicación de la Administración catalana: la asunción de responsabilidad sobre todo el sector ferroviario en su territorio, tanto de vías y estaciones como de trenes. La Generalitat solo tiene actualmente competencias sobre la gestión, mientras que Fomento, Renfe y Adif forman parte de un galimatías competencial que añade confusión a la hora de atribuir y reclamar responsabilidades.

Aunque la provisionalidad del actual Gobierno no invite al optimismo, el incidente de ayer debiera ser una de las últimas gotas de un vaso que ya está colmado por la incompetencia del sistema y, sobre todo, por la legítima indignación popular. Aquellos puentes que intentaron levantar el anterior conseller de Territori, Santi Vila, y la ministra de Fomento, Ana Pastor, nunca llegaron a la estación término porque las buenas intenciones de ambos políticos se diluyeron al no concretarse en la práctica.

No está de más recordar ahora que las primeras muestras de desafección catalana con carácter masivo tuvieron como eje el deterioro de las infraestructuras y el caos que generó la llegada del AVE a Barcelona. Desde entonces, la incapacidad para cerrar el goteo de episodios negativos en Rodalies ha ido engordando el malestar de unos ciudadanos que se consideran rehenes de un sistema que no funciona y que, cada vez más, no ven con malos ojos una futura desconexión ferroviaria de Catalunya. Pero ahora lo que se necesita es activar medidas urgentes más allá de inútiles parches. Aunque no corran los mejores tiempos, solo con una compartida voluntad política se podrá acabar de verdad con esta pesadilla ferroviaria. No hay margen para más paciencia.