Dos miradas

Ositos

Emociona la voluntad de pervivencia que se desprende de los centenares de muñecos en la Rambla tras el 17-A

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JOSEP MARIA FONALLERAS

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Hace muchos años, junto al cementerio de Taravaus, un hombre filosofaba sobre la muerte y sus liturgias. Se lamentaba, con sabiduría ampurdanesa (esa que Félix de Azúa contempla como «visceral y arcaica»), de los excesos estéticos que se cometen ante los despojos mortales. «¿Qué hacen todas esas flores aquí dentro?», decía, «¿acaso no ven que también se marchitarán sobre el ataúd, como todas las cosas que pueden marchitarse?». Terminó su alocución con estas palabras: «La tierra no pierde nunca». Contrario a las exhibiciones florales evanescentes, fiel seguidor de las doctrinas del 'Eclesiastés', consideraba que nada evita la contundencia de la hora final y nada nos protege de la ineluctable llegada de la guadaña. Y que las flores no apaciguan nada ni son de nada homenaje. Simplemente se marchitan dentro del nicho.

He pensado en él al ver la foto de los técnicos municipales que revisan, ordenan y clasifican, con guantes de látex y espíritu científico, los centenares de ositos de peluche que se depositaron en la Rambla. Me ha emocionado esta pulcritud, la voluntad de pervivencia que se desprende del hecho de dejar constancia del tributo funerario. No sé si los ositos (que a mí, en casos así, me generan repelús) son ejemplo de fragilidad o sinónimo de fortaleza y protección. O tal vez ambas cosas. En todo caso, tal vez aquel hombre de Taravaus no tenía tanta razón como pensaba. Quizá no todo se marchita.