Dos miradas

Oscuridad

EMMA RIVEROLA

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De todos los horrores del siglo XX, el nazismo se aupó al podio del mal. Durante décadas, su estética siguió fascinando a jóvenes que no dudaron en rapar sus cabezas, lucir esvásticas o sentir una enfermiza atracción hacia las imágenes más desoladoras de la barbarie humana. Es la seducción del mal. Un océano de irracionalidad donde confluyen el rechazo de la moral imperante, el desprecio por la vida humana y el poder de decidir sobre ella.

Hoy, el yihadismo se extiende hasta las fronteras europeas y cautiva a jóvenes que siempre se sintieron despreciados en la tierra de acogida de sus padres o abuelos. Musulmanes que renuncian a los principios éticos de su religión para sumergirse en una guerra anclada en la crueldad del medievo. El odio y la venganza como refugio, como identidad, como ruta hacia la gloria. Hannah Arendt definió como banalización del mal el comportamiento de aquellos individuos que se sometieron activamente a la disciplina del nazismo sin plantearse las consecuencias de sus actos. Una suerte de inocentes culpables. La adhesión al Estado Islámico muestra un modo radicalmente distinto de criminalidad. Es la concurrencia social de la oscuridad individual. Jóvenes que no tienen bastante con la estética del mal y encuentran en la violencia de la yihad el elemento purificador de la podredumbre de Occidente. El paraíso de afirmación personal y colectiva que nunca hallaron en Europa.