Camps en nuestras conciencias

Proactiva Open Arms aplaca el remordimiento de una sociedad que no penaliza en las urnas, e incluso premia, la tacañería con los refugiados

ENRIC HERNÀNDEZ

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Se cansó de contemplar en televisión la tragedia de los refugiados y reunió fuerzas y voluntades para prestarles ayuda. Se cansó, también, de estar varado junto a su equipo en las playas de Lesbos, rescatando cadáveres y atendiendo a supervivientes, a sabiendas de que muchos otros sucumbían a varias millas de distancia, abandonados a su suerte por las mafias. Se cansó, en suma, de ese ejercicio tan nuestro de encogernos de hombros y resignarnos ante la desgracia ajena.

La epopeya de Òscar Camps y todas las almas de Proactiva Open Arms frente a la costa libia, narrada en EL PERIÓDICO por dos testigos de excepción como Jordi Évole y el fotoperiodista Ricard García Vilanova, ilustra la infinita y temeraria generosidad de sus protagonistas. Retrato y ambigrama, pues al invertirlo descubrimos la infinita y cobarde insolidaridad europea ante la conversión del Mediterráneo en una insondable fosa común que desde el 2014 ha engullido ya a más de 10.000 seres humanos. En aguas territoriales europeas se ejecuta la mayor operación de exterminio desde la matanza de Srebrenica. Así de simple. Así de triste.

Lo más cómodo es achacar esta catástrofe humanitaria a la comunidad internacional, que no detuvo ni la guerra de Siria ni la expansión del Estado Islámico. O culpar a la dirigencia europea de mirar para otro lado. De gasear a los refugiados, cerrar fronteras y levantar vallas. De permitir la sistemática conculcación de los derechos humanos junto a sus fronteras, y practicarla con las denegaciones de asilo y deportaciones masivas. De subcontratar a Turquía la represión de quienes huyen del hambre y la barbarie, tolerando a cambio que un presidente electo se transforme en un sátrapa.

Temor al extranjero

Siendo todo ello cierto, no lo es menos que si así obran los gobernantes europeos es porque en las sociedades occidentales ha calado el temor al extranjero, aupando a las fuerzas ultras y xenófobas. La responsabilidad, pues, es compartida. Y en España, el empeño de Camps aplaca la conciencia colectiva de un país que, lejos de castigar la racanería del Gobierno con los refugiados, lo premia en las urnas. Así de triste.