Al contrataque

¿Orden o revolución?

El Govern se dispone a explorar un terreno tan incógnito como imposible: desobedecer, pero dentro de la ley

Ernest Folch

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La Ley, en mayúsculas. Como si estuviéramos persiguiendo a una banda de forajidos en un pueblo sucio del Oeste americano, esta es la única respuesta que nos llega de un Estado que, desmintiendo a Larra, se puso a trabajar en domingo. A su izquierda, con ganas de gustar al respetable, Pedro Sánchez entonó un curioso condeno, una fórmula que hasta ahora se usaba solo para condenar atentados terroristas: ya es gracioso que los mismos paraguas que en Hong Kong son para el PSOE el paradigma de la libertad, en las plazas catalanas sean semicriminales. Pueden esgrimir todas las constituciones que quieran, incluso pueden esconder que el presidente del Tribunal Constitucional, como cuenta El Temps, simpatizó con Fuerza Nueva y se opuso a la Constitución, casi un resumen perfecto del viaje a la velocidad de la luz que un día hizo España del franquismo a la democracia. Y pueden hacer incluso como el aparato del Estado, que en medio de la tormenta se ha sacado un curioso silogismo, que repiten ministros y directores de periódicos al unísono: «Sin ley no hay democracia», una sandez que pretende confundir y girar del revés el original «Sin democracia, no hay ley».

Pero en realidad la discusión es estéril porque nada de lo que sucede en esta Catalunya en ebullición tiene que ver con ninguna ley y si nos apuran, ni tan siquiera con ninguna urna. Los vagos ecos que llegan de los consejos de Estado y de toda la parafernalia estatal se asemejan a los gritos que el padre le dirige al adolescente rebelde ya con la puerta abierta y a punto de irse para siempre: solo sirven para acelerar la marcha.

El funambulismo verbal

Lo que está en juego, al final, es algo tan elemental como el respeto, olvidado otra vez en estos Presupuestos provocadores de Montoro y que confirman que es el PP quien, municipales en el horizonte, necesita desesperadamente el choque de trenes que dice querer evitar. En este contexto, el único dilema de verdad lo tiene el Govern que, después de la suspensión del TC, se dispone a explorar un terreno tan incógnito como imposible: desobedecer, pero dentro de la ley. Vuelve el funambulismo verbal, que consiste en decir al mismo tiempo que se suspende la campaña institucional pero de manera temporal. Se aplauden las manifestaciones pero al mismo tiempo se mandan los mossos a desalojar de mala manera una acampada pacífica. Pero entre la legalidad y la ilegalidad no cuela ya ninguna puta y ramoneta más. Se pueden hacer todos los ejercicios malabares que se quieran pero el proceso catalán ya solo puede avanzar por el terreno de la pacífica desobediencia, esta bonita palabra que tanto terror causa allá y, ay, aquí. La marea no solo pasará por encima del que prohíbe sino también del que acata al que prohíbe. Es imposible ser a la vez el partido del orden y el de la revolución. Escojan.