Contra el buen lector

Concierto 'Volem acollir' a favor de las personas refugiadas en el Palau Sant Jordi.

Concierto 'Volem acollir' a favor de las personas refugiadas en el Palau Sant Jordi. / periodico

XAVIER BRU DE SALA

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Hay que suponer que la tradición de regañar al lector, de matriz francesa, empieza con Marivaux y Montesquieu, pero Mérimée, que aquí no lee nadie, es uno de los primeros en hacer hablar el lector en primera persona a fin de reprocharle el mal gusto. En su 'Crónica del reinado de Carlos IX', sobre uno de los episodios más oscuros de la historia europea, la horrible matanza de hugonotes de la noche de San Bartolomé del 1572, el autor reprocha el cotilleo y la banalidad del lector y le conmina a abandonar la novela si busca descripciones cortesanas.

Casi un siglo más tarde, Marcel Proust, que tampoco es muy leído a pesar de la excelente traducción de Viena, encabezaba la muy prolífica descripción de la recepción de los Guermantes -Sodoma y Gomorra- con un exabrupto del lector, que le interrumpe, impacientado con sus interminables recodos sobre los procesos de la mente. Va de poco que Proust no lo envía a hacer gárgaras. ¿Réplica a Mérimée? No he encontrado respuesta académica pero mejor no creer en coincidencias.

Desde estas desautorizaciones a la famosa invectiva del “hipócrita lector” de Baudelaire, pasando por el no tan conocido pero más terrible, de quién sino de Kafka, “todos merecemos el castigo”, no hay que saber por qué y sólo falta saber cuál, llegamos al concierto del sábado a favor de abrir puertas a los refugiados.

Ojalá el movimiento que toma amplitud en Barcelona se traduzca en una oleada que obligue Madrid y Bruselas a rectificar. Aun así, hay que advertir al lector, o al espectador, que limitarse a la catarsis de sacarse la parte alícuota de culpa de encima para cargarla sobre los verdaderos malos es directamente contrario a la finalidad solidaria, que no se conseguirá purificándose sino con la acción. Aún mucho peor que en Lesbos están los millones de refugiados invisibles que no vienen porque los países vecinos cobran, de nuestros impuestos, por no dejarles pasar.