Opinión
Medias tintas
Gerard Piqué sabía a lo que se exponía cuando, acabado el partido del domingo, salió a denunciar lo que todos habíamos visto, una represión propia de otros tiempos. La reacción no ha tardado en hacerse visible en Las Rozas. Piqué sigue siendo abucheado por un sector de la afición española, ahora con más inquina si cabe. Es el peaje que debe pagar por su valentía.
Forma parte de su carácter. Piqué no siempre acierta con sus comentarios a cara descubierta, pero es consecuente consigo mismo. También lo es Josep Maria Bartomeu. El presidente del Barça no defraudó el domingo, hizo lo que se espera de él y su talante. Porque ese es el presidente que votaron los socios del Barça, un dirigente que huye del conflicto, que intenta contentar a todas las partes.
Su decisión de jugar, aunque sea a puerta cerrada, contrasta con la de aquellos catalanes que el domingo no negociaron una solución intermedia, sino que se expusieron a ser golpeados por respeto a sus ideales. Por encima de esas imágenes imborrables de violencia policial, queda la valentía de quien aun sabiendo a lo que se exponía permaneció en los puntos de votación.
Había otras decisiones posibles, por supuesto. Irse a casa, respetable. Apartarse en cuanto llegaran los furgones policiales, comprensible después de haber visto las primeras imágenes --incluso habrá quien diga que hubiera sido inteligente--. Pero entendieron que tenían que quedarse, por dignidad.
Y mientras la población vivía uno de los días más tristes pero más honrosos de la historia reciente de Catalunya, Josep María Bartomeu se encontró con que debía tomar también una decisión. Y sabía, como lo sabíamos todos, cuál era la más digna, pero suponía un coste y no lo quiso pagar.
Y ahí encontró una vía de escape. La historia está llena de ejemplos de gestos valientes, de actitudes que han trascendido y que, observadas desde la distancia, incluso podríamos calificar de temerarias. Estar a la altura de las circunstancias a veces supone un enorme sacrificio, en este caso simplemente era una cuestión de decencia. Dignidad, ante seis miserables puntos.
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