Opinión pública y publicada

La cruzada populista contra los medios no es patrimonio de Trump; los poderosos conciben el fin del periodismo como el pasaporte a la impunidad

ENRIC HERNÀNDEZ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En la campaña más mediatizada de la historia de los EEUU, 350 cabeceras apostaron por Hillary Clinton y solo 13 por Donald Trump. Una relación de 27 a uno, según un estudio del profesor Pablo Boczkowski, que no ha impedido que el magnate se alzara con la victoria, pese a cosechar menos votos populares que su rival.

Los grandes medios impresos, ejerciendo su función social, han monitorizado las afirmaciones de Clinton y Trump para contrastar si eran ciertas o falsas. Tan pródigo ha sido en patrañas el republicano que, para cuando el periodismo había desmontado la primera, él ya había vociferado otra decena más. De ahí que, según el análisis de MediaQuant, Trump haya obtenido una repercusión mediática gratuita cifrada en 5.600 millones de dólares, frente a los 3.500 de Clinton.

La aparente paradoja de que la publicidad negativa haya catapultado la carrera electoral de Trump abona el empeño de los movimientos populistaspopulistas --oficiales u oficiosos-- de desacreditar el papel de la prensa, despreciando su influencia y atribuyéndole intereses bastardos. Ciertamente, la materia prima de la que se nutren los diarios, los hechos veraces, costrastados y contextualizados, cotiza a la baja en el mercado de la comunicación.

En la era de la posverdad alumbrada por las redes sociales, datos y opiniones se confuden y conviven en pie de desigualdad: que la realidad no me estropee un buen prejuicio. Aún hoy, uno de cada cinco estadounidenses cree que Barack Obama nació en el extranjero, y la mitad piensa que es musulmán. 

MATAR AL MENSAJERO

Bajo la cruzada de Trump contra los medios tradicionales, a los que demoniza como rancios voceros del 'establishment', subyace la vieja práctica de matar al mensajero, que el populismo no ha inventado ni explota en régimen de monopolio. En España, Felipe González abrió una brecha entre "la opinión pública y la publicada" cuando esta última destapó sus vergüenzas. No ha sido el único.

Igual que fiscalizan a la política, los medios están sujetos al escrutinio público. Pero desconfíen de los poderosos que quieren destruirlos: librarse del marcaje periodístico es su pasaporte a la impunidad.