No a todo

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MARINA LLANSANA

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El gobierno del PP había intentado impedir que Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y Raül Romeva fueran a Madrid a escenificar el último gesto de voluntad de pacto. Después de cerrarles las puertas del Senado intentaron prohibir el acto que se celebraba en dependencias del Ayuntamiento de Madrid y, al no poder, optaron por el boicot activo -comprensible- y por el insulto y la descalificación -previsible-.

El pasado lunes, mientras Puigdemont explicaba que el espejismo del Estado de las autonomías construido durante la transición había fracasado y que había que sentarse a encontrar una solución, las reacciones del Gobierno español se precipitaban a un ritmo vertiginoso, y no precisamente en forma de reflexión política de gran calado; en solo 48 horas Mariano Rajoy hablaba de chantaje, el ministro del interior Juan Ignacio Zoido hablaba de golpe de Estado, la ministra María Dolores de Cospedal, responsable de las fuerzas armadas, amenazaba en utilizar la fuerza para detener el 'procés', y el delegado del Gobierno en Catalunya, Enric Millo, dejaba la puerta abierta a la suspensión del autogobierno. Para dar más sentido a su indignación utilizaban un borrador antiguo de la Ley de Transitoriedad filtrado oportunamente e interpretado torpemente a pesar de haber sido desmentido por el Govern.

Es cierto que ya estamos acostumbrados a este tipo de reacciones, pero esta semana el contraste entre la propuesta del Govern y la respuesta del Gobierno español ha sido más clamorosa que nunca. Una de las dos partes ha dicho que está dispuesto a negociarlo todo -fecha, pregunta, porcentajes de participación- con un tono cívico y cordial, la otra ha respondido con el "no a todo" con rabia e indignación. Puigdemont habla desde la voluntad de entendimiento, Rajoy y los suyos responden desde la supremacía. No hace falta ser un agudo analista político para saber qué genera adhesión y qué genera rechazo en la ciudadanía; todo el mundo sabe que es más fácil y agradecido adherirse al 'sí' que al 'no', a la ilusión que al odio, al construir y proponer que al destruir y amenazar. Los analistas del PP también lo saben pero no pueden evitarlo; su reacción es, al fin y al cabo, un síntoma de debilidad y de impotencia, propio de quien se queda sin argumentos, y desde un marco político que ha perdido legitimidad entre querellas e inhabilitaciones, falsas 'operaciones diálogo' y verdaderas 'operaciones Cataluña' que han hecho aflorar las cloacas de un Estado en descomposición.

Esta semana probablemente pasará a la historia por la semana del portazo, que empezó un lunes con la última oferta de pacto del Govern en forma de conferencia en Madrid y que acabará, viendo la escalada de declaraciones, en un contundente "no a todo" del Gobierno español. Y entonces, ya sí, el Govern deberá convocar a la ciudadanía y enfrentarse al gran reto de organizar un referéndum sin permiso del Estado pero que tenga las máximas garantías democráticas. Una semana decisiva.