"A mí que no me den, que me pongan donde hay"

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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Solo había que verle cómo liquidaba cada una de sus intervenciones para cerciorarnos de que estaba frente a otro de sus negocios. Anotaba, meditaba, contestaba (casi escupía sus respuestas), resolvía, tachaba (muy importante ese borrón sobre el asunto ya resuelto), y, al final, atrapaba el folio con su zurda de oro, fuerte, gruesa, lo estrujaba con desdén, con desprecio, como si fuese el basurero de los negocios, convertía el folio (se le acabaron y pidió más) en un amasijo de desprecios y lo lanzaba a la papelera del Parlament, su sumidero preferido.

La aparición de Jordi Pujol Ferrusola fue todo un descaro. Para los que no lo conocíamos (me temo que la generalidad catalana), resultó muy reveladora. Estaba allí porque había sido capaz de amasar una fortuna, familiar o no (más bien no, parece que toda es suya y solo suya), gracias a sus apellidos y, por supuesto, a los contactos que le ha facilitado ser quien es. Era.

Él, el dueño de un Lotus L, un Mercedes Pagoda 230, un Porsche 356 Super 90, un Lamborghini Miura, un Ferrari F40, un Jaguar E, un Porsche Targa, un Ferrari 328 y un Mercedes Benz McLaren, pretendió salvarse de un montón de acusaciones aludiendo a que él, el hombre más clásico del mundo (al menos en cuanto a su sofisticada colección de coches, muchos de ellos comprados a gente desesperada), ha hecho sus negocios fuera de Catalunya. Todos. Dijo. Ahora, por cierto, el objetivo es Gabón.

En épocas pasadas la reputación de los zurdos no fue buena. La zurdera era considerada un desvío y se intentaba forzar que la persona usara su mano derecha. Incluso se les llegó a considerar diabólicos o malignos. En la actualidad esto ha cambiado y los zurdos pueden desarrollar sus habilidades, tal y como el hijo mayor del antiguo honorable demostró ante sus interrogadores. Claro que al cambiar la concepción sobre ellos, también han surgido nuevas teorías. Una de ellas es que los zurdos son más inteligentes. Yo diría más pillos. Y sabido es que los inteligentes siempre han trabajado para los pillos. Siempre. Y que un pillo se hace millonario antes que un inteligente. Hasta consigue mejor precio por cualquier coche, aunque ni lo necesite ni lo quiera, porque sabe que es un chollo viendo lo necesitado que está su dueño de venderlo.

Son muchos los que no confiamos demasiado en este tipo de comisiones de investigación (razones tenemos, vistas las conclusiones a las que han llegado muchas de ellas), pero es evidente, cristalino e incluso de agradecer que, con la teatralidad y el desparpajo (yo diría atrevimiento, conciencia de su impunidad) del compareciente, la sesión de anoche nos permitiera descubrir a alguien que se aprovechaba de su/s apellido/s, del cargo, carisma, posición y poder de su padre y, cómo no, de todos sus contactos.

Es evidente que a Jordi Pujol Ferrusola le va como anillo al dedo, es más, podría ser (con perdón) la leyenda que figurase en su tumba, la frase (¿el consejo?) que le oí dar a un veterano empresario catalán hace muchos años en el Círculo Ecuestre. ¿Qué narices hacía yo allí? Acompañé a papá a hacer unas fotos, necesitaba quien le llevase la maleta con las Hasselblad. La frase fue: "A mí que no me den, que me pongan donde hay".

Lo más lamentable, y acabo, de Jordi Pujol Ferrusola es que, encima, ni siquiera perdió la sonrisa y la compostura cuando se vanaglorió, se jactó, de que ha decidido, incluso, él que es tan altivo y dice estar tan orgulloso de sus dos apellidos, renunciar a ellos para seguir engordando sus cuentas. Lo importante sigue siendo ser rico, no apellidarse Pujol. Ni siquiera Ferrusola.