Del Bosque, el hombre que pudo reinar

ANTÓN LOSADA

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-¿Qué sois? ¿Dioses?-. Preguntaban los nativos al toparse con los uniformados Sean Connery y Michael Kaine en la irrepetible película del gran John Houston.

-Casi, somos ingleses-. Contestaban con marcial unanimidad los dos simpáticos aventureros, desertores de las casacas rojas en busca del mítico reino de Kafiristán.

Vicente del Bosque no es un Dios, tampoco es inglés, pero acaso sea lo más parecido a un gentleman o a un héroe que hemos visto por aquí durante estos últimos años. Hay algo que jamás ha fallado, ni siquiera en los momentos más duros de esta crisis de la que pretendemos salir convirtiéndola en la normalidad. Cuando todo el mundo se volvía loco y nadie parecía saber hacer o decir otra cosa que estupideces, Del Bosque siempre ha sido nuestra mejor esperanza de ver en público a un español decente dispuesto a entenderse con otro español decente argumentando un par de cosas sensatas.

EL ANTIHÉROE

A la historia le gusta la ironía. Del Bosque siempre ha encarnado al antihéroe. Cuando en España se llevaban los jugadores raciales y aguerridos, él se conducía con la finura de un hombre tranquilo, ni una mala palabra ni un mal pase. Cuando el fútbol era de derechas, el hijo de un sindicalista “recto, cabal, sin dobleces” era un elegante interior de izquierdas, como Sócrates, el alma de aquel inolvidable Brasil de 1982, el único equipo que ha agrandado aún más su leyenda perdiendo; el fútbol es así, jamás olvida a los que juegan bien. En plena era de Florentino y sus galácticos, Del Bosque comparecía en el Bernabeu como un 'working class hero' rodeado de petimetres y tatuajes. “Soy un buen empleado que pongo a la empresa y a la familia por encima de todo” declaraba antes de que le echaran por poco estratosférico.

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Si sólo la mitad de nuestros gobernantes hubieran ejercido y ejercieran sus responsabilidades con el sentido institucional que Del Bosque ha desempeñado su cargo, la política en España sería otra cosa, mejor y diferente. Mientras el país se repoblaba de líderes empeñados en echar gasolina a todos los fuegos, la selección y su seleccionador se convirtieron en un referente de cuanto podíamos llegar a hacer con esfuerzo y algo de tolerancia, pluralismo y respeto.

DE RICOS A POBRES

Francia 2016 ha confirmado que hemos vuelto de ricos a pobres. Lo conseguido por Del Bosque a muchos les parece poco y su reinado, fruto de la casualidad y el destino, como en la película. Pero con el tiempo aprenderán a reconocer que sin él no habría sucedido. Supo mejorar y equilibrar aquel inspirado equipo de 2008 y gestionar a un Luis Aragonés que nunca quiso irse. Cuando todo el mundo le echaba la culpa a Sergio Busquets en Sudáfrica, Del Bosque compareció para decir que a él le hubiera gustado ser ese jugador. Mientras la peste del 'Mourinhismo' asolaba el fútbol español con su mandato de mediocridad, la selección se convirtió en un santuario del fútbol entendido como diálogo y conversación.

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Fiel a su criterio, lo ha defendido hasta el final, incluso cuando empezó el fin de ciclo en Brasil e hizo de escudo humano para un vestuario que ha demostrado muchas veces que sabe ganar, pero pocas que sabe perder. La España que levantó dos Eurocopas y un Mundial representa una idea, no un resultado; no sólo es ganar, sino cómo se gana. Los seleccionadores que se han medido con él le han aplaudido más que un país donde nada amarga más que el triunfo de un vecino. “Del Bosque ha hecho un equipo maravilloso, simplemente no puedes quitarle el balón” dijo Joachim Löw, el técnico alemán, tras caer en semifinales en 2010. 

Hasta cuando se desahoga un poco en el momento de irse sabe dónde dar para que sólo duela a quien se lo haya ganado a pulso. Como instruían Sean Connery y Michael Kaine a los kafiristaníes un siglo antes de Rambo: “Vamos a enseñaros a ser soldados, la profesión más noble del mundo. Cuando hayamos acabado, masacraréis a vuestros enemigos como hombres civilizados”. En el fútbol, como en la guerra, hay que saber devolver las patadas.